sábado, 29 de noviembre de 2008

Momentos epifánicos (II)


Marcel Proust quiso ver publicada su obra entera a dos columnas en un solo volumen y sin ningún parágrafo. ¿Qué pretendía? Intentar seguir la ley del recuerdo en una especie de misión imposible. Pero, claro, vivir un momento en presente tiene fin; en cambio, un recuerdo es un punto ilimitado que abre todo un antes infinito y todo un después infinito. Así que, como nos cuenta Benjamin, se ve que para escribir su Recherche, Proust no tuvo más remedio que luchar contra el sueño.

Con estas consignas cualquiera se lanza a escribir sus recuerdos... Hablar de uno da miedo: peligra que se nos quede atragantada la magdalena.

Pues bien, es esta misma imposibilidad la que da lugar a libros atrevidos. Y si hace años hubo un boom editorial de autobiografías literarias, ahora parece que el mundo del cómic tiene cosas qué decir. Ahí van:




Fun Home, un familia tragicómica, de Alison Bechdel (publicado en Mondadori). En los países anglosajones es muy común el hecho de que los niños escriban su “querido diario”. El proyecto de Bechdel, sin embargo, no tiene nada inocente. Al contrario: haciendo una parábola de la Recherche de Proust (el cómic también está dividido en siete partes), Allison, al igual que Swan, va a aprovechar la escritura para observase e investigar su homosexualidad. No sólo se va mirar a ella, sino que también va a escudriñar los rincones más oscuros de su familia. Poco a poco va a ir descubriendo lo que significa escribirse y su ilusionismo intangible, por lo que cada frase va a ir precedida de un “Yo creo” que anticipa el propio juego de la autobiografía. Lo importante, nos viene a decir Bechdel, no es si lo que se dice es verdad o mentira, sino que todos juguemos a creérnoslo. Y Fun Home, en este juego, es genial.



Diario de un exterminador de mosquitos (publicado en la editorial de cómics Apa Apa) recoge las series que John Porcellino fue autoeditando entre 1989 y 1999 en King Cat Comics sobre sus propias experiencias como matador de mosquitos. En su paso por ciénagas y aguas estancadas con las botas llenas hasta arriba de barro y escapando del ataque de todo tipo de bichos -la naturaleza ha pasado de ser bonita a ser odiosa y asquerosa-, Porcellino entra en un debate moral por el mismo hecho de matar mosquitos: primero con su profesión; luego, consigo mismo, y al final, con el mundo en general. Un mundo insoportable que tiene más ratas que peces. Entre la melancolía y el punk, la vida ordinaria y la morosidad -más Proust- el corazoncito de Porcellino consigue escapar del fracaso dibujándose. Y el resultado es un cómic que mezcla autobiografía y espíritu lo-fi de forma minimalista, elegante e increíblemente tierna. Lo importante, en Porcellino, no es la técnica de los dibujos, sino que éstos nos hagan reír y llorar.

Ambos cómics salvan también del naufragio al lector. Y sin olvidar en ningún momento el humor: la vida es jodida pero aún queda alguna fiesta por encontrar.

viernes, 28 de noviembre de 2008

Momentos epifánicos (I)



"En realidad, si se quiere comparar la vida a algo, debe compararse a que la lancen a una por el túnel del metro a cincuenta millas por hora, para acabar en el otro extremo, sin siquiera una horquilla en el pelo".

Virginia Woolf, La mancha en la pared


Y luego, nada.

martes, 11 de noviembre de 2008

En el café de la juventud perdida

París, años 60. La puerta de entrada a la última novela de Patrick Modiano es el ambiente de un café parisino regentado por bohemios, artistas, escritores, situacionistas y algunos otros anónimos, con el humo y el alcohol como marco y el ajetreo de las conversaciones del Lundi Rue Christine de Apollinaire como tour de force. Pero es en los últimos, los anónimos, en los que se centra Modiano, apartando con el brazo a conciencia toda la magia de esa época, justamente para mejor evocar su cara más bestia. Como en todas las novelas del escritor francés, son los que buscan la propia identidad los que representan el clima de un pasado en el que, si bien se respira el humo, la energía y la rebeldía del París de entreguerras o posguerra, se saca a relucir sus entrañas más terribles: las del día a día de los sin salida; los verdaderos aplastados que viven en paralelo la ilusión de la modernidad de la década, pero que lo hacen con paso etéreo,sin entrar en ella, por la misma inmaterialidad de su persona.

La protagonista sin identidad esta vez es Louki, una chica joven que suele ir a rodearse de nombres propios a Le Condé, el café de la juventud perdida, título sacado de una nostálgica frase de Guy Debord. La conocemos desde el presente y a través de la voz de cuatro hombres con nombres falsos que nos hablan de lo poco que saben de ella a la vez que siguen el misterio que ha dejado su rastro. Desde el asistente del café hasta Roland, su última pareja; desde su maestro gurú (de nombre Guy de Vere -cuidado con a la reminiscencia a Guy Debord, el teórico de la deriva) hasta un inspector que podría ser su alma gemela, los cuatro le siguen la pista como si de una novela policíaca se tratase. El resultado con el que se encuentra el lector es un puzzle en que las piezas encajan; ahora bien, un puzzle con mucha niebla, en que las cosas se pierden para no verse más.




Porque Louki es Louki de las zonas neutras, de esos protagonistas de Modiano que viven en un lugar de visagra, como el Modiano de Un pedigrí, la fantástica novela autobiográfica en la que el autor nos pasaba el sinsignificado de su libro familiar. Ambos son personajes que viven en el desierto para no salir de él: su no-lugar es el de paso entre un lugar y otro. Como el protagonista de Centauros del desierto, no hay ni un dónde vas ni un dónde vienes. Su sitio es el desierto, el espacio no-espacio, el puente que tiende un abismo a cada lado. Louki no tenía “más recuerdos buenos que los de huida o de evasión. Pero la vida siempre volvía por sus fueros”. Y es ahí, sin traspasar el umbral de las calles de París, esas “tierras de nadie, en donde estaba uno en las lindes de todo, en tránsito, o incluso en suspenso”, donde el autor tiene que vagar para poder explicarlo.

Modiano superviviente, Modiano escritor. Su estilo elegante y minimalista es la expresión más afilada y dura de la escritura del dolor actual. Sin embargo, Modiano transforma ese dolor para dejarle al lector una prosa depurada, enfriada, que conforma un ambiente nebuloso en el que sus personajes maltratados por la vida se pierden para pasar al infinito.

Las historias de Modiano son de una profunda tristeza, pero siempre están explicadas desde una contención y una fragilidad en las que parece que su voz se vaya a apagar a la hora de sacar a relucir lo indecible. De andar lo desandable, de recordar los puntos de referencia de una vida por miedo a caer en el vacío. Pero no, la voz de Modiano no se apaga, sino que se convierte en uno de los ejemplos más bellos de la escritura del dolor a caballo de dos siglos. Hasta ahora Quignard y Michon han sido los dos nombres más laureados de la literatura francesa del XXI. Pero la presencia de Patrick Modiano a su lado es hoy imprescindible.

Modiano ha traspasado el umbral de la literatura. Y ahora es uno de los más grandes escritores vivos.


Dicen por ahí que, en el café de Le Condé, Louki solía escuchar L'Accordéoniste:


sábado, 8 de noviembre de 2008

Aplastamiento de niveles



"Hacia la escritura.
Los árboles son alfabetos, decían los griegos. Entre todos los árboles-letras, la palmera es el más hermoso. De la escritura, profusa y clara como el surtidor de sus palmas, posee el efecto primordial: la caída."
Roland Barthes en Roland Barthes por Roland Barthes.

Me fascina esta frase. Es la mejor metáfora de la imposibilidad de escribir la vida, de reescribirla; de vivirla, vamos.

martes, 21 de octubre de 2008

'Postales de invierno' - Ann Beattie






Poco antes de que fuera invitado a salir de los EEUU, John Lennon declaró: "los sesenta nos dieron la visión de la posibilidad de una respuesta, sólo una visión". Pero que el flower power no había funcionado ya lo sabía la clase media americana, como retrata la escritora estadounidense Ann Beattie (1947) en esta maravillosa novela.

Es tiempo de desencanto, de nieve y de frío cuando conocemos a Charles, desesperado por recuperar a Laura; su hermana, Susan, que aún no ha traspasado la línea de sombra; su fiel amigo Sam, que se encuentra entre el paro y la abulia; su madre loca y su excéntrico padrastro , Pete, acompañados todos de la música de Dylan, Donovan y muchos otros; alguna cosa tienen que sirve a los personajes para explicarse a sí mismos.

Entre la belleza y la tristeza, en la línea de Cheever, Fante y Faulkner, es en este narrar el hilo del tiempo de Beattie donde aparece incipiente el espíritu lo-fi del cine, la literatura y el cómic underground posteriores. Diálogos rápidos, comidas precocinadas y deriva constante atraviesan el día a día de unos jóvenes, los de los 70, que ya no bailan pero que tienen que tirar adelante: "Get It while You Can”, canta Janis Joplin al final.




El Hurdy Gurdy Man de Donovan es el único que se atreve a cantar al amor de los sesenta:




Mientras que Bob Dylan, en el 1976 (el mismo año en que sale la novela!), canta que los tiempos, en el fondo, nunca han cambiado:




viernes, 17 de octubre de 2008

La pasión por el absurdo



"Vivo porque las montañas no saber reír ni las lombrices cantar" E.M. Cioran

jueves, 9 de octubre de 2008

Una habitación y media


Menos que uno (1984; Siruela, 2006) es la autobiografía intelectual de Joseph Brodsky, que finaliza con el famoso texto titulado Una habitación y media. En este espacio pasó Brodsky la infancia con sus padres. La habitación es la familia, Leningrado, toda Rusia y el mundo. La media es el espacio donde el escritor construye su identidad.

Brodsky tuvo que huir de las persecuciones stalinistas y exilió a Estados Unidos. Después de doce años de intentos frustrados por reunirse, los padres mueren. Y quien les tapa los ojos en la hora de la muerte no es el hijo sinó el implacable estado.

En Una habitación y media el escritor disecciona hasta dónde pueden llegar memoria y olvido, siempre entrelazados, mientras se enfrenta al olvido de los rostros y al recuerdo de los hechos más terribles.

“Supongo que, si hubiera estado cerca de mis padres durante los doce últimos años, si hubiese estado cerca de ellos cuando estaban muriéndose, el contraste entre la noche y el día o entre una calle de una ciudad rusa y un camino rural americano habría sido menos marcado; la arremetida de mi memoria habría cedido ante la del pensamiento utópico. El propio desgaste habría embotado los sentidos lo suficiente para ver la tragedia como natural y dejarla atrás de forma natural. Sin embargo, pocas opciones hay más fútiles que la de sopesar las opciones propias retrospectivamente; asimismo, lo bueno de una tragedia artificial es que nos hace prestar atención al artífice. Los pobres suelen utilizarlo todo. Yo utilizo mi sensación de culpa”.

Una habitación y media es uno de los relatos más impresionantes que jamás he leído. Supongo que todos nos quedamos encerrados en ese espacio, allí, gravitando, recordando cada día que la cosa se acaba. “Tal vez cuando más recordamos más cerca estemos de la muerte” (Brodsky).

jueves, 2 de octubre de 2008

Autobiografía de instantes*

El último libro publicado de Vila-Matas, Dietario voluble, se abre con banda sonora. Un solo tema, por más que luego hable de otros grupos, suena hasta la última línea; una canción que duele por la belleza y la ternura que contiene: el Be My Baby de las Ronettes. A partir de ahí, el libro arranca con forma de “dietario voluble” y con un Vila-Matas más “paseante casual” que nunca, a través de una miscelánea que recoge algunos de los artículos publicados en El País o notas inéditas de su diario personal -durante el 2006, el 2007 y parte del 2008- dando vida a un imaginario que tiene como capital París -aunque ojalá fuera Nueva York, dice- y como habitantes a Duchamp, Walser, Perec, Monterroso, Benjamin, Barthes, Michon, Artaud; y a Bolaño, Sophie Calle, Duras, Magris, Pitol... Y por encima de todos ellos está Kafka con sus diarios, reducto ejemplar de literatura, vida e ironía.

En los artículos, la mitología vilamatiana se mezcla con una crítica que habla desde un pesimismo irrevocable de la Barcelona de ahora, la que está ahogando a sus habitantes. Desde ahí, des del malestar, la voz más triste de Vila-Matas sale para intentar definir una situación terrible que ya ha tocado su fin. En este papel de frustración sin salida, la narración cohesionada de Dietario voluble teje un correlato que se mueve entre la memoria -con la añoranza, tristeza e imposibilidad ímplícitas- y la escritura -con las mismas características-. A lo que el autor se acerca con un estilo poético tan evocador que, como la canción, causa dolor de la belleza y la ternura que contiene. La escritura de Vila-Matas se mueve entre la sencillez y la medida justa de tintes poéticos, pero la verdadera fuerza está en el potente contenido: en el delirio que atraviesa tanto Historia abreviada de la literatura portátil como Suicidios ejemplares, y que llega hasta la trilogía metaliteraria -la catedral de su obra- de Bartleby y compañía, El mal de Montano y Doctor Pasavento. En esta línea, Dietario voluble no se puede entender sin la obra precedente y, en particular, con una mirada sesgada al dietario de sus años de juventud: París no se acaba nunca.

La invención del narrador, falsa o verdadera -qué más da-, de crear un escritor para liberarse de todas las ataduras del arte es un juego que acompaña a la voz de Vila-Matas, que se deja la piel en el diario. En este sentido, Dietario voluble nos acerca más aún al tuétano de su obra.

En la portada el autor nos da la espalda y en la solapa aparece con gafas oscuras y con el cuello del abrigo subido. El dandy es moderno, y Vila-Matas también, en el marco de la modernidad que Rimbaud pedía a gritos. Dentro de su escritura tipo blog no hay experimentos afterpop, sino que es un moderno de verdad que cita palabras de Gracq: “Uno se cansa de escribir bien”.

La lectura de Dietario voluble invita al lector a correr para dejarle después colgando en uno de los más atractivos abismos de la literatura de hoy. Algo parecido, como Vila-Matas comenta, al teatro de Okhajoma que deja inacabada la América de Kafka, donde después del escenario se precipita el vacío infinito. Es el espacio infinito de la literatura del que habló Maurice Blanchot o Edmond Jabès; es, en definitiva, la música callada después de una gran fiesta.

Como en las Ronettes, después del torbellino, queda el silencio. Un silencio irresistible.




*Título de unos de los libros proyecto no realizado del escritor y científico alemán Georg Cristoph Lichtenberg.

miércoles, 24 de septiembre de 2008

Literatura de lucha


El azufaifo es un tipo de árbol de la China que llama la atención por su grandeza, su historia (pueden llegar a vivir unos 200 años), su flor, su fruta (la azufaifa, parecida a una cereza) y, sobre todo, su majestuosidad.

Mayo de 2007: En la calle Arimón nº 7 había un precioso azufaifo, un ginjoler de más de 120 años de edad que un terrible día se vio amenazo de ser barrido por encontrarse en un lugar privado destinado a la construcción de un bloque para vivienda. El azufaifo, manifiesta Isabel Núñez sin pelos en la lengua, se estaba viendo amenazado por la horrenda política urbanística de la ciudad de Barcelona, la botiga més gran del món.

Fue entonces cuando Núñez, con el apoyo del vecindario y de eminentes personas en el campo de la cultura, en el de la arquitectura y en el de la botánica (Isabel Lacruz, Enrique Vila-Matas -que prologa el libro-, Enric Casasses, Oriol Bohigas...), emprendió una batalla que todavía dura contra el Ayuntamiento. Al principio la ignorancia fue absoluta. Pero poco a poco se fue demostrando la importancia vital del azufaifo (tanto para la atmósfera como para las personas y la ciudad). Ya no quedan lugares para respirar, no sólo en Barcelona, sino en Cataluña y toda España. La excusa de la construcción de zonas verdes sirve para enmascarar una situación en la que los espacios históricos son arrancados para construir horribles centros comerciales, y en la que los árboles con vida, memoria y belleza son aplastados para levantar horribles casas grises de cemento y vacías de cualquier sentido estético.

Mayo de 2008: Isabel Núñez decidió pasar al papel la historia del azufaifo, que hasta mediados de este año había ido recogiendo en un blog (http://polis-zbelnu.blogspot.com/). Finalmente, el azufaifo no ha sido ni arrancado ni trasplantado, y el Ayuntamiento ha pactado una permuta con el propietario (que ha salido ganando). Pero de momento la plaza del azufaifo que piden los vecinos de la calle Arimón -una plaza amplia, con bancos y una fuente, sin cemento, en la que el ginjoler sea centro y protagonista- es un lugar que no existe en Barcelona.

La plaza del azufaifo es la historia de una lucha, individual y de comunidad. Pero también es una crítica fundamentada y bien dirigida a las políticas urbanas y sociales de este país, que se está ahogando en el más inmenso suicidio colectivo, y sobre todo, de Barcelona, que en salvo cuatro atracciones o conciertos para turistas, el bienestar de sus habitantes parece tocar fin. Hace unos días se hizo público que Tous se queda con la antigua Joyería Roca, el edificio que proyectó Josep Lluís Sert, discípulo de Le Corbusier. Otra nota más de que Barcelona nunca ha cuidado ni a sus edificios ni a sus habitantes.

Dentro de esta demanda colectiva, al lado de la inclusión de artículos de Vila-Matas o Lluís Maria Todó, aparece la voz de Isabel Núñez, que escribe desde un espacio para la autobiografía y la intimidad conjugado con una serie cultivada de referencias literarias en el que se alza como dríade del azufaifo -en la mitología griega, las dríades son las ninfas protectoras de los árboles-, el ginjoler símbolo y esperanza de la salvación de una ciudad más humana. ¿Se podrá volver a pasear por la Barcelona que cantaba Quico Pi de la Serra? Es muy posible que no. Pero la aparición de libros como éste o los artículos de Vila-Matas recientemente reunidos en su Dietario voluble, o la publicación de Poética del Café, de Antoni Martí Monterde, en los que se critica la insoportable violencia de la vida cotidiana de esta ciudad, son hechos que demuestran cómo todavía hay espacios vírgenes, dedicados para la lucha y preservación de la belleza. Me vienen a la cabeza el capitán Ahab, Gregorio Fuentes -el marinero de El viejo y el mar- y el Marlow de Conrad. Y es que, ¿qué es la literatura, si no la historia de una lucha?


viernes, 5 de septiembre de 2008

The Swimmer


Son pocas las cosas que te dejan clavada en el sofá, reventada por una belleza que remueve el estómago desde las tripas más profundas. Una de las pocas veces que esto me ha ocurrido ha sido leyendo El nadador de John Cheever, seguramente el más famoso de sus relatos, o viendo la versión cinematográfica de Frank Perry, con un excelente Burt Lancaster como protagonista. Éste es un hombre adulto que emprende una travesía un poco extraña para volver a casa: irá nadando por todas las piscinas que encuentre en la vecindad. Atlético, esbelto, interesante, Ned Merrill “transmite una impresión de juventud, de deporte y de buen tiempo”. Como su vida no le impone límites, es él mismo quien se propone obstáculos a superar: su misión de explorador, de pelegrino, le obliga a cruzar el condado por la hilera de piscinas que le presentan las mansiones de sus conocidos: “primero están los Graham, los Hammer, los Lear, los Howland y los Crosscup. [...] Después vienen los Halloran, los Sachs, los Biswanger, a Shirley Adams, los Gilmartin y los Clyde...”. Es domingo por la tarde pero él es el día. El gran día.

Aunque todo es cuestión de perspectivas. Ned nada con una venda negra, muy negra en los ojos. Lo que ve es la felicidad impostada, la maravillosa american way of life detrás de la cual se esconden las más secretas y horribles roturas. Cuenta Cheever que si aquella tarde hubiéramos salido de casa y hubiéramos topado con Ned, seguramente habríamos creído que se trataba de alguien a quien le acaban de robar o más probablemente de un loco. Pero su obstinación humana lo convierte en el peregrino de una lucha eterna donde se debaten felicidad y realidad, locura y sociedad.

En sus diarios, Cheever anotaba que era de los que leía a los grandes escritores del dolor –Kerouac, Fitzgerald– con una copa de whiskey en la mano mientras le caían las lágrimas por la cara. Cheever veía en la literatura la única vía de salvación, capaz de curar no sólo una depresión, sino también una sinusitis.

Así se cumple en su obra. Pocas plumas curan como él.

Aquí hay un enlace con el cuento: http://www.telecable.es/personales/agee/johncheever/elnadador.html

jueves, 4 de septiembre de 2008

De cómo vender una iguana en el desierto


Leer el último libro de Juan Villoro es como tomarse siete chupitos de tequila. Los culpables son un elenco de energía y humor que muestra cuánto puede llegar a ser de caricaturesca la especie humana. El escritor mexicano explicó hace unos meses en el Hotel Condes de Barcelona la manera que tienen de latir los cuentos, entre el humor y el dolor, como “el silbato de Chaplin”.

Jorge Herralde dice que “el escrito Juan Villoro, cada vez que saca un libro, pone a la crítica en serias dudas” ¿Qué és: cuentista, novelista, cronista, oralista? El último libro que sacó, Dios es redondo (2006), era una crónica sobre el mundo del fútbol; Villoro es un apasionado. Su novela El testigo fue premio Herralde 2004 y está considerada una de las mejores obres mexicanas, en un ránquing que la coloca en el número 7 y que tiene a Pitol en el 4. Y en setiembre saldrá su segundo libro de ensayos literarios. Todos estos en Anagrama, que presentó antes del verano Los culpables, un libro formado por seis cuentos y una nouvelle.

La empresa no es tan grande como la de El testigo, ni temáticamente ni formalmente, pero no es menos afilada. Los cuentos son vivos e hilarantes, y la prosa ágil, rápida; son directos, largos pero concentrados, y en todos aparece un personaje que habla en una primera persona excéntrica y divertida pero también desde una profunda tristeza... Una estrella del mariachi que acaba renegando de su identidad e intenta huir para acabar haciendo de actor de cine gay; un ejecutivo que se pasa demasiado rato volando, o lo que es lo mismo: demasiadas horas desenganchado del suelo; un futbolista (y aquí subyacen ecos al cuento Buda, de Roberto Bolaño, en Llamadas telefónicas, precisamente dedicado al mismo Villoro) que contradictoriamente en la jugada más terrible del fútbol -el autogol- acaba encontrando la liberación; un aprendiz de escritor que pretende hacer un guión volcando su desgraciada experiencia y que fracasa: el guión está lleno de vida, no como los de Chaplin, insiste Villoro, que se tragaba un silbato y continuaba sonando dentro de su estómago... Un pintor abstracto, un limpiador de ventanas, un periodista norteamericano acabado de llegar de México... Estos son los personajes supuestamente culpables con los que el lector se enfrenta. “Me interesaba explotar la voz hablada, no sólo la mexicana, sino las espontaneidades de la lengua. En estos relatos cada narrador explica su propio cuento de manera espontánea e improvisada; de hecho, ninguno de ellos es escritor profesional, y el único que lo intenta acaba fracasando. Ninguno de ellos es consciente de que está explicando un relato, con su planteamiento, nudo y desenlace, una historia como la que oímos en el metro o en los cafés, pero que en definitiva es historia. Estos narradores accidentales del metro son los que quería atrapar”. Ninguno es escritor y el lector entiende mejor que ellos su historia, pero todos son capaces de transmitir una mitología literaria realmente potente desde la más simple sencillez, como la que se desprende del jugador de fútbol –Villoro cree que en los estadios hay mucha materia ficcionalizable-. Lo interesante es ver como los siete personajes quieren justificarse y que cuando lo hacen, traicionados por su inconsciente, dicen más de lo que ellos mismos quieren y ven. “La confesión en la literatura puede conllevar a la culpabilidad de haber hablado”. De aquí la cita de Karl Kraus que abre el libro: “Quien calla una palabra es su amo; quien la pronuncia, es esclavo”.

Villoro ha querido jugar con tópicos y arquetipos mexicanos. Que el primer personaje sea un mariachi no es arbitrario: la ironía aparece cuando este mariachi, un auténtico ídolo del pueblo mexicano, quiere huir hacia un mundo alejado y se introduce por casualidad dentro del cine gay. Otro caso en el que se debate la cultura mexicana es en la nouvelle que cierra el libro, de título Amigos mexicanos. “El narrador en este caso es un periodista norteamericano que va a México a buscar lo que ya sabe (los referentes de Frida Kahlo, el cine de Ripstein...) y acaba conociendo un círculo de mexicanos que le montan toda una antropología artificial para que pueda escribir. Lo que quería tratar era la teoría de la crónica y de la veracidad, de la mentira en el periodismo”. Con picardía pero también desde la subversión, Villoro usa los arquetipos para destrozarlos, como cuando recuerda lo que le contestó Burroughs desde México a Kerouac cuando éste le preguntó por carta si la tierra mexicana era muy peligrosa: “No te preocupes: los mexicanos sólo matan a sus amigos”.

Pero Los culpables no es un libro mexicano escrito para un lector europeo: “Es peligroso decir que escribo para otros lectores. Escribo lo que me interesa, y dentro de esto lo que me parece más importante es la universalización de las experiencias individuales. Los autores rusos o el japonés Junichiro Tanizaki son algunos de los escritores que más me han impactado, y que a la vez están más lejos de mí.”

México ha sido un país muy literaturizado por escritores de todo el mundo. “La manera que han tenido muchos autores de malinterpretar la cultura y el paisaje mexicano da lugar a revelaciones, sugerencias... De Malcolm Lowry a Rodrigo Fresán, de Graham Greene a Roberto Bolaño... Desde una mirada que no acaba de entender del todo, que es la del extranjero, han podido potenciar un entorno al que ya estamos habituados. Me interesa muy especialmente la mirada de estos autores, y en Los culpables trato de poner en debate unos diálogos”.

En el relato titulado El crepúsculo maya la narración avanza a través de una iguana, que justamente al principio del cuento el narrador señala como la auténtica culpable. “En México hay una profesión que es la de vendedor de iguanas por las carreteras del desierto. Los narradores somos en cierta manera como vendedores de iguanas: ¿quién se para a comprar una?”.


Viaje en torno a mi cráneo


Si en Viaje alrededor de mi habitación Xavier de Maistre se encerraba en su cuarto durante 40 días para estar solo con sus pensamientos y el papel en blanco, experimento del siglo XVIII que dio lugar a uno de los primeros textos en que sujeto y literatura se fusionaban a conciencia, en Viaje en torno de mi cráneo el escritor húngaro Frigyes Karinthy (1887-1938) aboca sus momentos más íntimos y hace avanzar otra vez, a paso de gigante, el género autobiográfico o confesional. Ahora, con una enfermedad como agravante y a la vez hilo conductor. Todo comienza el día en que Karinthy oye cómo unos “trenes invisibles” que recorren sus tímpanos: se le había formado un temor cerebral que finalmente consiguió subsanar después de muchos esfuerzos. Karinthy, con la intención de relatar una cosa que le pueda pasar a cualquiera”, decidió traspasar la enfermedad a estas memorias. El resultado es una obra clásica increíblemente íntima, con un ingrediente humorístico muy divertido, que relata un viaje exterior e interior alrededor de su pensamiento y su época.

Frigyes Karinthy, Viaje en torno a mi cráneo, Galaxia Gutenberg (2007)

Hombres en sus horas libres


Hombres en sus horas libres es uno de los cinco volúmenes misceláneos que Anne Carson (1950) ha publicado, además de la novela en verso Autobiography on Red, el ensayo Economy of the Unlost y el volumen donde versiona a Safo. Su obra es una de las muestras más latentes de la poesía contemporánea por su interdisciplinariedad; y Hombres..., la representación de una voz que se articula como principio desde la distancia y la más potente ironía. Una poesía claramente emsayística donde confluyen los ambientes más sutiles e inefables -de clara tendencia oriental- con la intrusión de citas y acercamientos a la obra de los referentes de Carson. Precisamente en este volumen pretende resaltar los momentos de interiorización denombres como Artaud y Tostoi, así como de Emily Dickinson o Safo. El compendio incluye poemas, una selección de declaraciones de Carson titulada Quiero ser insoportable (que empieza con la respuesta “No veo que la entrevista sea una forma muy útil, al menos para mí, que siempre acabo mintiendo”) y textos tan experimentales como el que representa el diálogo poético entre Virginia Woolf y Tucídides sobre las maneras que hay de contar el tiempo.

Al igual que ocurre en la mayoría de sus referentes, la materia de la obra de Carson tiene como mástil el sexo, y la forma -y ahí es donde su tono sacude- viene de una voz que habla alto y claro. Nervio, color y experimentación se cruzan en una poesía realmente moderna que no olvida de qué está hecho el placer del texto -de diversión, ingenio y atrevimiento- y que tiene como máxima la huida de la narrativa, porque “suele tener demasiadas palabras: y; pero, oh,no; entonces es esta habitación; porque; así que ésta es Patricia [...]. El sentido parece acolchado, disfrazado de anormalidad”.

Epitafio: el mal

PARA obtener el sonido toma cuanto no sea el sonido déjalo caer

Por un pozo, escucha.

Luego deja caer el sonido. Escucha la diferencia

Estallar.


Anne Carson, Hombres en sus horas libres, Pre-textos (2007)

Zona -demasiado- fría


Con el subtítulo de Una historia personal el autor del éxito narrativo Las correcciones (2001), pendiente de estrenarse en el cine, traza un viaje por su infancia y por el contexto norteamericano de los años 60 y 70. El conservadurismo, la represión, los hippies y los movimientos de independencia configuran el telón de fondo de este libro que, aunque la editorial lo ha colocado en la sección de ensayo, se trata más bien de una autobiografía personal con tintes históricos y políticos.

La obra arranca en el momento justamente posterior a la muerte de la madre de Franzen, y en el punto de inflexión que incluye la venta de la casa materna, la recuperación de objetos y el trance que causa la memoria, acompañado de una crítica al mundo inmobiliario claramente extrapolable. Los recuerdos familiares grises y amargos por donde el benjamín Franzen se movía forman un marco bastante desesperanzador, pero que está marinado con ciertos toques de humor –que le dan al libro un aire más fresco– relacionados con una mirada de niño perdedor de clase media –sobre todo delante de las chicas de la escuela– con la consecuente reclusión en la lectura, especialmente de cómics. Las tiras de Schulz, el padre de Snoopy y Charlie Brown, son en buena parte protagonistas y reflejo de la sociedad de la época y los conflictos generacionales, costumbres y digresiones que Franzen también explica a través de sus propias estampas adolescentes en un grupo en el instituto o en su descubrimiento de Kafka o Thomas Mann.

Cabe destacar cómo en Zona fría Franzen ha abordado la introspección y cómo ha llevado al lector a entenderla, a ritmo lento, pausado, sin agonías ni aspavientos. Pero el trato de la crónica y los mecanismos de la autobiografía –género renovador en los tiempos que corren– que ha utilizado se quedan con la puerta medio abierta, y su fuerza es más bien ténue, prudente y, a veces, demasiado floja. Se ha puesto a escribir dándole vueltas a sus fantasmas, pero lo ha hecho sin nervio. A Franzen, considerado uno de los mejores jóvenes novelistas norteamericanos por la revista Granta, le falta jugársela.


Jonathan Franzen, Zona fría, Seix Barral (marzo 2008)

El periodisme perenne



“Aquest llibre és una claudicació (...) dictada i acceptada únicament per la por de fer tard”. Als 83 anys, Xammar, que s’havia passat la vida escrivint, no havia publicat cap llibre. Fins al moment havia viscut de la notícia de cada dia, dels articles que enviava per correu a infinitat de diaris de tot Europa, però la condició efímera del periodisme havia deixat poc rastre i la seva fama a Catalunya només es congregava entre el cercle d’intel·lectuals que havia amenitzat amb la seva conversa. Quan a Josep Pla li van preguntar amb quina persona havia conversat millor, sense pensar-s’ho ni un moment va respondre: l’Eugeni Xammar. De fet, el mateix Pla li va retreure més d’una vegada la seva mandra literària. Seixanta d’anys d’anar pel món és la primera entrega que va portar a impremta l’autor, gràcies a la insistència del seu amic Josep Maria i Badia, que “es va imposar el deure de perpetuar la seva memòria” i que durant una sèrie de mesos el va anar entrevistant a l’Ametlla del Vallès, on va passar els dos últims anys de la seva vida, malalt i conscient que volia morir a Catalunya. La reedició d’aquestes memòries era urgent, d’ençà que es va esgotar l’edició de 1991 de Quaderns Crema (la primera va ser a Pòrtic al 1974). Perquè aquestes memòries, a més de ser una demostració de prosa –oral– clara, concisa, de ritme intens i exigència lèxica, divertida i plena de referències culturals, són també la lliçó d’història d’un home que va córrer per l’estranger rere la notícia durant 60 anys, amb unes declaracions que posen al seu lloc els canvis industrials, econòmics, polítics i socials que van sacsejar tot el segle XX, de vegades pel seu vessant positiu; molts cops, desgraciadament, per la seva misèria més absoluta.

Fidel als principis de la Unió Catalanista, gran lector, amant de Wagner i la pilota basca, aquests interessos van conduir Xammar cap a un cercle d’intel·lectuals de Barcelona i a entrar dins la vida política catalana. Des de la mirada dels seus passejos del migdia amb “la penya ambulant del passeig de Gràcia”, amb Josep Carner i Josep Maria López-Picó, o de les seves tardes a l’Ateneu Barcelonès, Xammar explica amb claredat i a manera de conte què es coïa en aquells anys: la fundació Solidaritat Catalana, el paper de Prat de la Riba i Francesc Cambó, la lluita entre republicans catalanistes i lerrouxistes, l’aparició d’un jove Francesc Macià i el desastre que va suposar la Setmana Tràgica; i més endavant Primo de Rivera, la República, la concessió de l’Estatut d’Autonomia i la Guerra Civil. Exiliat voluntari, de la seva boca van sortint noms com Baroja, Azorín, Julio Camba, Ramiro de Maeztu o Alexandre Plana, que es van passejant per les seves memòries al costat dels seus coneixements sobre política internacional i la seva experiència en la crònica durant els foscos temps de les dues grans guerres. Dins d’aquest context, l’escriptura de Xammar hi va despuntar per rigor i coherència; i per la seva informació de primera mà. En aquest sentit, la transcripció que fa de l’entrevista que van mantenir Franco i Hitler a l’Hendaya no té pèrdua.

La prosa descriptiva i sorneguera va ser treballada per Xammar des de Barcelona a Buenos Aires, en vaixell cap a París, i d’aquí cap a Londres; del front britànic a Madrid, no sense abans fer visita llampec a Barcelona, entrar a l’Ateneu, i sentir com tots aixecats, Pla, Sagarra i Pujols, cridaven: “Ja està aquí en Xammar!”. Viatges, traduccions, anècdotes, lluites, bombes i Història en majúscules van passar per la seva vida durant llargues estades a Ginebra, París, Berlín, Rússia, Nova York... Un periodisme breu, clar i concís, que retalla la realitat i la presenta amb una crítica mordaç clara i esmolada, on res no sobra i on tot s’aclareix, que marca l’estil del periodisme d’ara. En el plànol de la crònica, Xammar, amb una ratlla, va ser capaç de retratar el segle XX prenent la responsabilitat de l’”heroi dels temps moderns”, que deia Artís-Gener. Una ploma que junt amb la de Pla, Gaziel o Sagarra va crear una de les millors proses de la literatura catalana del segle XX, i de l’europea, malgrat que alguns s’entestin en negar-ho.


Eugeni Xammar (Barcelona, 1888 – l’Ametlla del Vallès, 1973) va passar la major part de la seva vida fora de Catalunya. Interessat de molt jove per la literatura i la política, i afavorit per la seva condició políglota, va conrear tota mena de periodisme per a diaris d’Europa i d’Amèrica. A Quaderns Crema han aparegut Periodisme (1989), L’ou de la serp (1998) i Cartes a Josep Pla (2000). El 2005 Acantilado va publicar El huevo de la serpiente i Crónicas desde Berlín, una selecció de les cròniques de Xammar per a La Vanguardia.

(Reseña publicada en revista Benzina, octubre 2007)

martes, 2 de septiembre de 2008

Pilas de petaca (I)

En la mano tengo una canica
como las de antes:
esfera transparente y algo de naranja en su interior.
La tengo en la palma de la mano
si me la acerco bien al ojo
veo -detrás del naranja-
el más bello retrato de mi infancia.

Quiero jugar con ella.

La dejo encima de la mesa
y con el dedo índice la dirijo
arriba y abajo
derecha e izquierda
parece que aprendo a jugar con ella.
Del centro la descentro
y con una leve presión sólo
me atrevo a sostenerla entre el anular y una esquina.

Quiero más
me la paso de mano a mano
patina resbala zumba por la mesa
es rápida
le doy golpes más fuertes
de pronto, en el momento más inesperado
e insignificante
sale disparada y se me va
se me va
clavo la rodilla al suelo
se cuela bajo mi codo y cae
tic tac
y en el rebote se astilla.

lunes, 4 de agosto de 2008

Los desiertos de Sonora


Con Arturo Belano me voy para África. Allí, debajo de la arena, yacerán él y el resto de los detectives salvajes. "Todo lo que empieza como comedia acaba como un responso en el vacío".
Hasta la vuelta.

viernes, 18 de julio de 2008

Locura de aburrimiento


Hubiera dado una mano para que Joseph Brodsky fuera mi tutor. Ni mi padre, ni mi profesor. Mi tutor.

Hoy, mientras hojeaba Del dolor y la razón (1995; en castellano en Siruela, 2000), me he dicho que hubiera dado una mano por ello. He dejado el libro a medias, allí, en un infinito flotante, con varios de sus textos por leer. Hay que tragarlos poco a poco, sin abusar, porque el aprendizaje de Brodsky es tan y tal bello que puede hacer daño.

La obra de Brodsky (Leningrado, 1940 – París, 1965; premio Nobel de Literatura en 1987) es demasiado poco conocida. Destacan su poesía y su aparato crítico, en muchas ocasiones de engranaje autobiográfico. En su texto Una habitación y media relaciona lo que fue su infancia compartiendo el espacio de una habitación (y poco más) con sus padres, con la situación del extranjero que se mira con dolor y pérdida el régimen soviético.

Pero ha sido con Del dolor y la razón, libro que recoge sus últimos artículos, que he encontrado algo que se mueve entre la belleza y el consejo. Brodsky nos habla para poder huir del aburrimiento, nos hace un canon de lecturas (¡en tan sólo una página!) o hasta es capaz de hablarnos de cómo sopesar el dolor. Y todo esto desde lo bueno y lo bello. En el artículo Elogio al aburrimiento, Brodsky, después de intentar dilucidar qué es el hastío, que no deja de ser repetición, nos dice que el truco es saber ser conscientes del momento de aburrimiento para aprovecharlo. Que el aburrimiento es el momento que irrumpe en el tiempo para decirle que se detenga, cuando llega la rutina en la que por un momento se para todo y aparece uno de los yos que es todos los yos. Brodsky viene a decir, más o menos, que aprovechemos esto para saber un poco más de qué estamos hechos. Que aprovechemos esos instantes para saber a qué tren subimos y qué dejamos atrás. Porque, nos pregunta, ¿qué le pasa a la mesa cuando se la limpia? Pues que el polvo habla:


“Recuérdame”

susurra el polvo.

(Peter Huchel)


Y luego nos aconseja que no miremos la tele, que lo de cambiar de canal con el mando es demasiado reiterativo y, por tanto, aburrido. Y que, esto es lo mejor –todo se ha tratado de una conferencia que ha hecho para sus alumnos el día de graduación: cuando les dice que lo que les viene por delante va a llevar tanto el bien como el mal, más mal que bien, más obstáculos que camino fácil. Y que intenten pararse en los momentos repetidos para que estos les hablen.

Al principio del libro, Brodsky explica el alto precio que tuvieron que pagar él y muchos de los rusos que sintieron que algo se les movía dentro al oír cantar a Ella Fitzgerald, cuando se dieron cuenta que algo de ellos formaba parte de Occidente, y no de Oriente. Lo que pagaran fue el resto de sus vidas. “Que no es poco, admitámoslo. Pagar un precio más bajo hubiera sido prostitución”.

Yo por tener a Brodsky como tutor hubiera dado una mano.

martes, 15 de julio de 2008

Hacia donde mira el 'stlánik'


Hay libros para pasar el rato, libros divertidos, libros pasajeros. Hay otros que pretenden dar testimonio de algo, libros con responsabilidad histórica. Pero hay libros que hablan de cosas que el hombre no ha de ver, “porque si las ha visto más le valdría morir”. En estos libros, el escritor hace el trabajo sucio para que el lector pueda digerir lo indigerible. Éste es el caso del escritor ruso Varlam Shálamov y sus Retratos de Kolimá (editorial Minúscula, 2007; trad.: Ricardo San Vicente), obra que recoge sus experiencias de castigo durante más de 10 años en el campo siberiano.

¿Cómo camina un hombre por la nieve?, pregunta al comienzo del libro: “El trabajo más duro es para el primero, y cuando a éste se le agotan las fuerzas, lo reemplaza otro, del mismo quinteto de cabeza. De entre los que rigen los pasos del primero, cada uno de ellos, hasta el más pequeño, el más débil, tiene que pisar un trozo de capa nevada y no otra pisada. Después vendrán los tractores y los caballos. Y sobre los tractores y los caballos no viajan los escritores, sino los lectores”.

En un ambiente de 50º bajo cero, de escupitajos que se congelan en el aire, de mordiscos, de torturas, de escorbuto, de pus y de falta de cualquier luz humana, es desde donde escribe Shálamov. Su arma: la pluma. A causa de las salvajadas diarias de las “limpiezas” stalinistas, se encontraron en el gulag hombres de todo tipo de condición: desde los asesinos más crueles hasta los intelectuales de izquierdas. Genios como Platonov o Mandelstam sobrevivieron pasando noches en vela haciendo de cuenta-cuentos. Y es toda esta experiencia la que recoge Shálamov para vomitarla y dejarle al lector servida en bandeja de plata la cara más animal de la maldad. Porque si Dostoyevski creía en la posibilidad, dentro del castigo, de la redención hegeliana, y Solhenitsin le daba a su Ivan Denisovich cierto atisbo de esperanza, en Shálamov lo que queda es desierto y muerte. Y es justamente en el horror donde la poesía de Shálamov sobresale.

En la estepa siberiana se da una planta, el stlánik, que sólo nace en primavera pero que si en invierno se le acerca una estufa al lado, comienza a crecer mirando hacia el calor.

“A mí el stlánik siempre me ha parecido el árbol ruso más poético, mejor que el venerado sauce llorón, que el plátano o que el ciprés. Y la leña del stlánik es la que más calienta”.

Como Shálamov, increíblemente cercano.

jueves, 3 de julio de 2008

Más generación perdida (vacía)


En su última novela, Jonathan Lethem indaga en el día a día de un grupo de indie-rock de Los Angeles que no consigue encontrar nombre. Lucinda, Mathew, Carl, Denise y Bedwin son los integrantes. Cuatro jóvenes mal alimentados que van tirando gracias al alcohol, a mucho tabaco y a un poco de droga. Por lo demás, nada más. La novela no dice; pero sí expone.

El grupo se hace famoso del día a la mañana gracias a unas frases inconexas bien colocadas en un tema que fueron robadas. La relación que mantienen con el círculo artístico de Los Angeles, con el personaje de Falmouth como epicentro –una especie de Truman Capote del arte pasado por agua– les trae una fama y un éxito bastante sospechosos, pero también les causa los primeros problemas; los que rebisan de superficialidad, falsedad, insubstancialidad y arbitrariedad. Y detrás, nada.

La novela de Lethem nos coloca en un bucle: leemos en ella lo que vivimos cada día. Nada nuevo. Decepcionante, de hecho, viniendo de su nombre (premio nacional de la crítica, y etc., etc.). Y más decepcionante todavía a nivel editorial internacional. Me pregunto cuándo Anagrama y Mondadori van a dejar de publicar esta literatura juvenil. Pero sobre todo, y ahí meto bien la pata, cuándo la vamos a dejar de comprar.

Sí, Lethem se ríe de todo esto. Como ejemplo, ahí van algunos títulos de canciones del grupo protagonista: “Infierno de edificios”, “Ojos monstruosos”, “Ciudadano de mierda” o “Un canario en la Coca-cola”. Pero el resultado, y la alegre simpleza con la que acaba la novela, colocan Todavía no me quieres en la mediocridad más gastada de las mesas de novedades. Un más de lo mismo que nos hace olvidar el lugar de la fantasía de la literatura.

Aún así, destaco la portada: es la más llamativa y golosa que he visto nunca.

“- Eso es muy superficial, Lucinda.

- No se puede ser profundo sin superficie”.

miércoles, 25 de junio de 2008

Vinyoli y la playa


En el 2006 salió en Visor un librito que recogía dos conferencias de Gil de Biedma bajo el título de Leer poesía, escribir poesía. Creo recordar que en la segunda de las dos charlas, el poeta asertaba que tan sólo hay que dedicarle 45 minutos al día a la poesía. Lo que no decía era que esos 45 minutos, más que concentrados, pedían de una minimalista y afilada concentración.
Esta mañana me he llevado la poesía completa de Joan Vinyoli a la playa con la intención de devorarla. Toda intención ha sido absurda hasta que he llegado a una estampa:

Platja

Però els homes, com fabuloses
estàtues, sense lluita,
sense força jeuen, com arbres
abatuts pel vent i pel foc.
Joan Vinyoli

Me he desperezado y tras un golpe de cabeza hacia el lado derecho ha aparecido una estampa-espejismo donde la mayoría de cuerpos, inertes, clavados al suelo, se deshacían como goma sobre asfalto; otros caían doblados, en una abulia aplastada por el calor y la gravedad. En ese momento he visto como con 1 minuto de poesía hay más que suficiente.

Foto: Marcelo Aurelio

Pandémica y Celeste

Quan magnus numerus Libyssae arenae

..................................................................

aut quam sidera multa, cum tacet nox,

furtiuos hominum uident amores.

CATULO, VII

Imagínate ahora que tú y yo

muy tarde ya en la noche

hablemos de hombre a hombre, finalmente.

Imagínatelo,

en una de esas noches memorables

de rara comunión, con la botella

medio vacía, los ceniceros sucios,

y después de agotado el tema de la vida.

Que te voy a enseñar un corazón,

un corazón infiel,

Desnudo de cintura para abajo,

Hipócrita lector - mon semblable - mon frère!

Porque no es la impaciencia del buscador de orgasmo

quien me tira del cuerpo hacia otros cuerpos

a ser posible jóvenes:

Yo persigo también el dulce amor,

el tierno amor para dormir al lado

y que alegre mi cama al despertarse,

cercano como un pájaro.

¡Si yo no puedo desnudarme nunca,

si jamás he podido entrar en unos brazos

sin sentir -aunque sea nada más que un momento-

igual deslumbramiento que a los veinte años!.

Para saber de amor, para aprenderle,

haber estado solo es necesario.

Y es necesario en cuatrocientas noches

- con cuatrocientos cuerpos diferentes -

haber hecho el amor. Que sus misterios,

como dijo el poeta, son del alma,

pero un cuerpo es el libro en que se leen.

Y por eso me alegro de haberme revolcado

sobre la arena gruesa, los dos medio vestidos,

Mientras buscaba ese tendón del hombro.

Me conmueve el recuerdo de tantas ocasiones...

Aquella carretera de montaña

y los bien empleados abrazos furtivos

y el instante indefenso, de pie, tras el frenazo,

pegados a la tapia, cegados por las luces.

O aquel atardecer cerca del río

desnudos y riéndonos, de hiedra coronados.

O aquel portal en Roma en vía del Babuino.

y recuerdos de caras y ciudades

apenas conocidas, de cuerpos entrevistos,

de escaleras sin luz, de camarotes,

de bares, de pasajes desiertos, de prostíbulos,

y de infinitas casas de baños,

de fosos de un castillo.

Recuerdos de vosotras, sobre todo,

o noches en hoteles de una noche,

definitivas noches en pensiones sórdidas,

en cuartos recién fríos,

noches que devolvéis a vuestros huéspedes

un olvidado sabor a sí mismos!

La historia en cuerpo y alma, como una

imagen rota,

de la langueur goutée a ce mal d'être deux.

Sin despreciar

- alegres como fiesta entre semana -

las experiencias de promiscuidad.

Aunque sepa que nada me valdrían

trabajos de amor disperso

si no existiese el verdadero amor.

Mi amor,

Íntegra imagen de mi vida,

sol de las noches mismas que le robo,

su juventud, la mía,

- música de mi fondo -

sonríe aún en la imprecisa gracia

de cada cuerpo joven,

en cada encuentro anónimo,

iluminándolo. Dándole un alma.

Y no hay muslos hermosos

que no me hagan pensar en sus hermosos muslos

cuando nos conocimos, antes de ir a la cama.

Ni pasión de una noche de dormida

que pueda compararla

con la pasión que da el conocimiento,

los años de experiencia

de nuestro amor.

Porque en amor también

es importante el tiempo,

y dulce, de algún modo,

verificar con mano melancólica

su perceptible paso por un cuerpo

- mientras que basta un gesto familiar

en los labios,

o la ligera palpitación de un miembro,

para hacerme sentir la maravilla

de aquella gracia antigua, fugaz como un reflejo.

Sobre su piel borrosa,

Cuando pasen más años y al final estemos,

quiero aplastar los labios invocando

la imagen de su cuerpo

y de todos los cuerpos que una vez amé

aunque fuese un instante, deshechos por el tiempo.

Para pedir la fuerza de poder vivir

sin belleza, sin fuerza y sin deseo,

mientras seguimos juntos

hasta morir en paz. Los dos,

como dicen que mueren los que han amado mucho.

Jaime Gil de Biedma