miércoles, 14 de julio de 2010

Huellas (descanso para E.)

Un día me dijiste que no todo tiene por qué tener sentido pero, ay, es que si no le busco sentido a TODAS las cosas me aburro y me pierdo no sabes cómo.

Lo mío no es el parapente, E. Porque soy de las que necesita clavar las garras en el suelo y los dedos en las paredes (si vieras las uñas…) con una idea muy clarita: yo no pienso caerme, y menos en mi casa.


Hace meses que me pregunto por qué me han interesado tanto les corps de Roland Barthes, los dientes de Hélène Cixous, las sombras de Francesca Woodman o los espectros de Derrida. Y voy cayendo en la cuenta de cómo de ligados están mis momentos de existencia sideral en el siglo XXI y el objeto de estudio de mi tetetetesesisis de nunca acabar. Comencé con la autobiografía, luego me pasé al cuerpo y ahora… la HUELLA.


Derrida dice unas cosas maravillosas sobre la huella y sobre la presencia de la ausencia o la ausencia de la presencia que hay detrás de ella. Pero ayer me fui a la biblio del Macba y descubrí un catálogo todavía más bonito: “L’empreinte”, de Georges Didi-Hubermas. En él se dicen cosas tan sencillas como ésta: “faire une empreinte: produire une marque par la pression d’un corps sur une surface”; y otras más divertidas como que en la huella hay algo de bricolage en el sentido de ausencia de proyecto (‘esto lo descarto’, ‘esto puede servir’) con resultados imprevistos. Muchas de las huellas desaparecen, otras se clavan en los ojos y algunas nos sobreviven. En ellas, pasado y presente se funden, de manera que es imposible discernir si son origen o pérdida de origen. Azar o técnica; tuchè o technè. Nunca previsible, la huella es siempre problemática, abierta e inestable. Touchée!


Por casa ha pasado poca gente, pero siempre pisando fuerte. (Casi) Nunca he guardado fotos, ni notas, ni souvenirs. Y es que no me ha hecho ninguna falta, porque cuando cambio las sábanas todavía hay pelos de gato, y si hecho un vistazo a las paredes están llenas de marcas de ruedas de bici. Y en el vidrio izquierdo que da al patio, si te fijas bien, justo al lado del marco, hay como una huella dactilar de un meñique de unos cuatro o cinco años de edad. In peace con todas ellas.


Después del cuerpo y de la huella viene el espectro, E. Pero yo me quedo con el holograma, que además de ser más moderno es rematadamente más gracioso.




sábado, 3 de julio de 2010

No sabemos ser ligeros

Ayer comencé y casi he acabado Zoo o cartas de no amor, una novela epistolar de Viktor Shklovski, escritor, iniciador del estudio del lenguaje poético, guionista soviético y capitoste fundamental del segundo ciclo que hice de Teoría de la Literatura por ser el acuñador del famoso “écart”, concepto de lo nuevo en lo literario y palabra-motor de todas las vanguardias, del teatro de Brecht y de los 150 créditos que me chupé en la facultad.

Écart
: distancia, desvío, intervalo; faire le grand écart: abrirse de piernas; faire un écart: echar una cana al aire; mettre à l'écart: dejar a un lado; rester à l'écart: mantenerse al margen; vivre à l'écart: vivir aislado.

À mon écart: distancia ante la vida.

Ante la pregunta ¿y qué es literatura? Shklovski pasó de responder, no sin antes sacarse el écart de la manga y decir que algo de eso tiene que haber en lo escrito que apuntala al lector y lo deja en una posición de extrañamiento y distanciamiento temporales.

Shklovski, además de inventarse el formalismo ruso y toda la teoría literaria europea, escribió una casi novela epistolar titulada Zoo o cartas de no amor. En un principio, lo que iba a ser una serie de crónicas del Berlín ruso, acabó siendo una serie de escritos con tema común: lo zoológico. Lo epistolar vino de la necesidad que tienen las personas de mantener correspondencia. Y la razón sólo podía ser una: “las cartas que escribe un hombre enamorado a una mujer que no quiere hacerle caso” y que, además, le prohíbe hablar de amor.

El escritor podría haber añadido argumentos a su personaje, “pero nadie adora a los ídolos que ha creado uno mismo”, así que le hace hablar de literatura rusa, de ropa y demás, con 0 metáforas y 100% de distancia (¡!). La cosa está en dejarse el hígado para que ella ría, ni que sea sólo un poco; eso sí, con ligereza.

No sabemos ser ligeros. Me doy cuenta del tono teórico de garganta profunda que adopto con todas las cosas, pero es que siempre me las tomo demasiado en serio, y más cuando se tratan de mí misma. Por eso me lanzo a la ironía mal construida: me da tanto miedo caer en lo fácil que busco el distanciamiento. O peor todavía: hay tanto miedo en coger las cosas sin guantes y no quemarme que, de ahí, saque el écart por un tubo.

Ahora bien… 300 euros de psicoanalista al mes e iniciar las prácticas de conducción son camino liminar a la ligereza, bien sûr!

Un cachito:

“¡Hay tantas palabras prohibidas!
De hecho, todas las palabras hermosas están exhaustas.
Prohibidas las flores, la luna, los ojos y las filas enteras de palabras que dicen lo bello que es ver.
Y sin embargo, yo querría escribir como si la literatura jamás hubiera existido. Escribir, por ejemplo: “Delicioso es el Dnieper cuando el tiempo es sereno”. (Una venganza terrible, Nikolai Gogol).
Me resulta imposible: la ironía devora las palabras. Es necesaria, la ironía, pues es el instrumento más fácil de superar la dificultad de representar las cosas.
Representar lo absurdo del mundo es la cosa más fácil”.

(…)

“Hay tanto pasado en la sangre y el orgullo a los que llamamos lirismo”

Viktor Shklovsli, Zoo o cartas de no amor