viernes, 31 de diciembre de 2010

3, 2, 1...


En griego, maquè quiere decir combate, batalla, duelo o lucha en una competición. En el 2010 ha habido mucha maquè, para al final darme cuenta de que la verdadera lucha la llevo conmigo misma. Abel escribió algo muy bonito relacionado con esta lucha y que tituló como “Ser millors”. Si lo recuerdo bien, decía que el camino puede ser de lo más cabrón, pero al menos entre el sonido de los tanques hay algo en paz: tú y tus decisiones.
Maquè, en el lenguaje, significa la contradicción en general. Y por eso mismo tiene un antónimo: la alocutia: superación de la contradicción, de la trampa. Pero alocutia tiene todavía otro sentido más: el grupo de amigos que me acompañan y por los que me dejo llevar para reír, pensar, leer y escribir.
Este año he leído muy poco, y de ese poco, mucho ensayo, y encima del francés que nadie soporta. Comencé el año con Bataille y qué miedo. Ahí se quedó, a medias, junto con Pitol y el segundo tomo de Proust. Releí Las olas, de Virginia Woolf, en un momento complicado y ahora me alegro de tener que volverla a leer. He leído sobre cuerpos y huellas. Pero me emocioné con el primer tomo de la Historia de la sexualidad, de Foucault; Almas muertas, de Gógol; Tala, de Thomas Bernhard; Negra espalda del tiempo, de Marías; tres cuartas partes de la obra completa de Roland Barthes; Pálido fuego, de Navokov; Austerlitz, de Sebald; Entropía, de Pynchon; Hablemos de langostas, de Foster Wallace; El geni del país, de Josep Pla; La edad de hombre, de Leiris. Y, sobre todo, con el Tímpano, “los cuatro lavis de Colette Deblé” y “La pharmacie de Platon” de Derrida.
Entre infarto e infarto han ocurrido cosas divertidas. Mis dos mejores amigas (Bea y Laura) escuchan reguetón la primera y hiphop la segunda y yo me parto con ellas. Fui al Montseny a ver la nieve que no había, pero descubrí lo guay que es Tomás... Volví a París y a Berlín y todavía me gustaron más. Volví a Grecia con Bea y Fran (¡familia!) y sólo tuve tiempo de ver el museo de reservas que hay en el aeropuerto de Atenas. Me han llenado la casa de pongos. Elia me trajo la mejor tortilla de patatas (¡y con chorizo!) que he comido nunca. Me hicieron dos treintacumpleaños sorpresa. He hablado por los codos y hasta la extenuación (de cosas y gargantas profundas, eh, Clara y Eli). Vi "One Hundred" y me enamoré de Sergi y de las hermanas Obdulia otra vez, como siempre que actúan. Escuché “The Nightmare of J.B. Stanislas” más de mil veces con Abraham. Fui por la calle en bici estática con Dani. Volví a Barthes. Pinté en casa de Toni y Sergi. Y Gabi y Joan se fueron (snif!) dejando sus obras completas de Dickens a doble columna por página. He comenzado a tocar la trompeta. Judith me ha contado cosas inteligentes. ¡Soy madrina de Maria! Esdres leyó un poema –mío, de adolescencia- en voz alta y no enfermó. Volé una cometa gracias a Sergi y me bañé después (en octubre). Participé en mi primer seminario. ¡He comenzado a hacer de PROFE y me parto con los alumnos! Y me he topado con una A –no de acelga, como ella se piensa, sino de algo más bonito: a.g.a.l.m.a.- que se ríe cuando le cuento estas chorradas.

Pero todo esto no tiene sentido sin mi madre y sin mi abuela, que están hechas un toro, ¡ambas las dos!

viernes, 24 de diciembre de 2010

Retorno

Ayer me cayó una caja con ejemplares de “Texto”, rellenos varios, una loción de afeitado, leche corporal, unos palitos cutículas y una maravilla todavía mejor: “Los anillos de Saturno”, de W.G. Sebald. Me lo regaló David, que tocó diana, y no sólo por el contenido, sino porque entendió la épica del asunto al hacerme leer la primera frase de la contraportada: “El escritor emprende un viaje a pie por el condado de Suffolk, en la costa este de Inglaterra, para llenar el vacío que se ha apoderado de su interior al haber concluido un trabajo importante”.


(Soy demasiado épica, cosa que no es motivo de orgullo, pero sí la muestra de lo que me sacude. Cuando algo me gusta, me gusta en exceso, de manera que lo mezclo con todo el resto de lo que me gusta. Si no me tomo las cosas con exceso de entusiasmo es cuando acabo por dormirme y caer en la intermitencia: a medias. Y en el ‘a medias’, nunca hay pasión.

La tesina –¡exceso!- en la que llevo trabajando durante estos dos últimos años (la que, por fin, ya tiene data límite) es la razón al vacío de este blog –intermitencia-. Del resto, no hay excusas. Alguien dijo que escribimos para sufrir un poco menos, y yo durante este tiempo he escrito más bien poco. Pero el 2011 apremia, y cómo aprieta…)


Además de ser los de siempre en nuestra cena de Navidad, vinieron Sandra y Eduard. Además también de libro, nos regalamos objeto indeseable, que es la mejor manera de afrontar la crisis, y texto adolescente, que es la mejor manera de afrontar la amistad. Gracias a Sandra hoy todos tenemos la casa llena de mechardising de Nena Daconte, y gracias a Marina y a mí creo que nos reímos como hacía mucho que no hacíamos.


Supongo que en los textos que se leyeron ayer había algo de exceso y algo de intermitencia. A lo mejor es porque cuando escribimos intentamos equilibrar una balanza: escribimos para sufrir menos, pero sin que se note mucho. Si no, viene la vergüenza. ¿Pero cómo yo he escrito eso? Soy ridículo/a…


En todos ellos, sin embargo, hubo algo vivo que volvió. Desde el “tinc un nas gros, una família i un gos” hasta la turgencia de “la sang freda”; desde la primera redacción con frases hechas a los fallos de “mis rodillas mirándolas pero sin mirar”. Hubo también sonetos quevedianos: “A lo mejor lo que has hecho no ha sido lo más prudente / pero si te hizo sentir bien fue lo más inteligente”. Ça prend! Pero para mí, la palma, se la llevó Èlia con su prosa poética intentando rozar lo que no se puede tocar. Baudelaire, ¡tiembla!


Un exceso, eso fue el texto de Èlia, que hoy, por cierto, cumple 34.

Ya sea en sus escritos, en sus ilustraciones o en sus cuadros gigantes de trazo obsesivo, al ver algo de Èlia siempre reconozco una voz que es suya pero que no es ella: una voz que sufre como todos, y seguro que sufre mucho, pero ni rastro de queja.


Supongo que he conocido pocas personas con ese grado de persistencia ante el trabajo. Quizás es porque ha trabajado esa voz –pintada o escrita- hasta la muerte que yo, ahora, al leerla entiendo qué significa el crear algo.


A Rússia m’ho expliques.