martes, 22 de noviembre de 2011

La resistencia de la inoperosidad

En “¿Qué es lo contemporáneo?”, uno de los artículos más bellos que integran el conjunto de Desnudez (Anagrama, 2011), Giorgio Agamben cuenta que aquello que percibimos como oscuridad en el universo no es simple oscuridad, sino una luz que viaja velocísima hacia nosotros; no obstante, esa luz no puede alcanzarnos, porque las galaxias de las que proviene se alejan a una velocidad superior a la de la luz. “Percibir en la oscuridad del presente esa luz que trata de alcanzarnos y no puede: eso significa ser contemporáneos”, dice Agamben. Y ahí está la rareza del contemporáneo, pero también su coraje. Porque ver el presente es casi tan imposible como intentar ver las estrellas que se alejan; sin embargo, aquel que mira a su tiempo no para ver las luces sino para ver sus tinieblas, en ese mirar realiza una actividad. Es decir, es quien se aleja, quien es inactual, quien justamente por ese alejamiento es capaz de percibir y aferrar su tiempo, como hicieron, según Antoine Compagnon, los antimodernos Xavier de Maistre y Roland Barthes. En el ir y venir a través del desfase de los tiempos, el contemporáneo cumple la exigencia del presente: reactualizar cualquier momento del pasado, incluso aquello que había sido dado por muerto; e instaurar, en el movimiento inquietante de lo arcaico, la obertura de un quizá dirigido al porvenir.

En la actualidad, el filósofo e historiador Giorgio Agamben (Roma, 1942) es, junto con Roberto Esposito, el mayor seguidor del trabajo genealógico iniciado por Michel Foucault dentro del pensamiento contemporáneo italiano. Con el mismo engranaje con el que Foucault buscó en el pasado las respuestas a las preguntas que le planteaba el presente, Agamben, en el conjunto de artículos que integran Desnudez, continúa acechando los territorios ignotos que escapan de toda metodología para probar de dar luz a la oscuridad de los tiempos y someter a la potencia de la crítica el comportamiento humano. Como ya hizo en la trilogía Homo sacer o en los textos reunidos en La potencia del pensamiento, Agamben vuelve a partir de su inmenso dominio de lenguas clásicas, teología divina y derecho romano para emprender un viaje hacia lo más velado de lo arcaico. Esta vez, el recorrido que realiza es una arqueología del desnudo, que va desde la fundación de la vergüenza posterior al pecado en el primer desnudo de la historia teológica –el de Adán y Eva- hasta la fotografía y la performance del siglo XXI (Helmut Newton, Vanessa Beecroft). A través del análisis de las contradicciones alrededor del cuerpo -¿glorioso o escatológico?- en la tradición cristiana, y acompañándose de la lectura de Walter Benjamin y de Kafka, Agamben elucida el papel al que ha sido relegado el cuerpo: divino cuando era reproductor; perverso cuando se salía de la ley.


Adán y Eva, Durero

En Historia de la sexualidad, Foucault dio cuentas de cómo a mediados del siglo siglo XVIII la soberanía fundada en el poder de dar muerte giró hacia otro sistema. La función de los nuevos estados ya no era matar, sino controlar y gestionar la vida (a través de la sexualidad, de la sanidad o de la duración de vida). Esta era, a la que Foucault denominó como biopolítica, ha acabado reduciendo el cuerpo a su base biológica más descarnada, o más desafectada. Siguiendo la línea abierta por Foucault, la arqueología de Agamben desentierra los mecanismos con los que la era del biopoder ha invadido la vida enteramente, como el método de identificación que los estados hacen de sus habitantes -simples números en el carnet de identidad que ya no reflejan ninguna ética personal- o el reconocimiento a través de máquinas -y por el cual el ser humano ha perdido su capacidad de mirar a los otros a los ojos-. La identidad de hoy es una identidad sin persona, dice Agamben, medida por simples datos biológicos; simple nuda vida (vida desnuda) que ha sido excluida de la capacidad de decisión política y que, por ello, puede ser eliminada en cualquier momento sin que parezca un crimen. Es en este punto donde Agamben parece dar un paso más allá de la genealogía foucaultiana. Si bien estamos en un momento en que la vida ha sido reducida a la nada, nos encontramos también en un momento crucial para desactivar ciertas operaciones. Agamben cree que la salida que posibilita nuestro cuestionamiento está en todo aquello que los mecanismos de poder han dejado fuera de la producción y del capital. Y fuera del poder, imposibles de reducir, están el cuerpo al desnudo exento de funcionalidad, la lectura y la relectura de textos, el ocio, la fiesta del sábado judío o el domingo cristiano y el espectro de ciudades muertas como Venecia. Más que lugares, estos espacios devienen, por su inutilidad, umbrales donde todos podemos pensar, regiones de lo oscuro que no están previstas para la producción sino para el deshacer y que, como el gesto improvisado de un cuerpo o la sonrisa súbita de un rostro, pueden escapar del reconocimiento de la Gran Máquina.


Melancolía, Durero

El recuerdo aquí a Hannah Arendt cumple su exigencia. Ante la masacre de los totalitarismos, Arendt quiso devolver a los hombres su condición humana mediante una vuelta a la polis griega, ese espacio de pensamiento al que ciertos atenienses iban a reflexionar una vez habían cubierto sus necesidades fuera de la polis. En un sentido paralelo, el discurso teórico de Agamben pretende deconstruir el binomio creación y salvación, es decir, acción y pensamiento, para restablecer su amoroso conflicto. Desde lo arcaico, ambas obras aparecen juntas, inseparables: mientras que la poesía era la acción, la filosofía debía salvarla –leyéndola- para que no se perdiera en el infinito de textos. Hoy, ante los oídos sordos que la creación y la filosofía se prodigan, Agamben nos lleva hasta el recuerdo de su fusión, puesto que es necesario que la crítica acompañe a toda obra, coincidiendo punto por punto con ella, para así deshacerla y descrearla en cada instante de la humanidad.

“No basta con hacer, es necerario salvar lo que se hace”, repite Agamben. Porque hemos hecho demasiado. Ahora, quizás, ya no es momento de construir. Sino de hurgar y remover. El pensamiento contemporáneo debe deshelar en un movimiento sin fin su mirada hacia la historia. ¿De qué manera? En el caminar a la deriva, en la lectura de un libro que nos lleve a otros pensamientos, en la propia conciencia de lo que podemos no hacer y en la presencia de un cuerpo desnudo que ya no busca ningún objetivo. Porque en todos estas prácticas del deshacer hay, por su futilidad, por su inoperancia, algo que nos traspasa. Adorno decía que la filosofía debía servir para ir a comprar el pan. Agamben, en su llamada, interpreta el aforismo: en la ardiente inoperosidad está la verdad de lo que somos, así como en la conciencia de nuestros límites se alza nuestra capacidad de resistir.

viernes, 4 de noviembre de 2011

Solitud. Societat.

Després de passar sis mesos a Madrid, un jove Josep Pla saturat de bigotis, corbates i opositors, de l'engranatge irrisori de l'Administració i, sobretot, de la pena per una Espanya (i Catalunya amb ella) que transpirava (i transpira!) monarquia per totes bandes, va posar fi a la seva primera volada dibuixant, ja, "amb una sola línia, el vol d'un ocell". Tenia 24 anys. Individualista salvatge, erràtic infatigable, sabia, ja, que la societat era una gran estafa. I que la vida caldria buscar-la en altres bandes:


"Hi ha gent que es creu que és l'última paraula de la civilització perquè va al te de les cinc, assisteix a unes grotesques carreres de cavalls o llegeix el seu nom a les notes de societat de qualsevol diari. El més gran disgust que ha tingut en la seva vida Eugeni d'Ors, l'hi donà el duc d'Alba un dia que convidà el senyor Ortega i Gasset en una soirée i no el convidà a ell. L'autor de 'Religio est libertas' plorà literalment... Aquest home fou durant anys el més gran filòsof d'aquest país. ¿Voleu fer-me el favor de dir-me, doncs, què és la filosofia?

La forçada solitud que imposa la ciutat no es cura pas completament al camp o a vora la mar, però s'adoba molt. El camp, la mar, per a una persona no avorrida interiorment, tenen un gran interès. No s'hi arriba pas al repòs absolut i menys al repòs de l'esperit; però la terra i la mar, en tant que posen les coses en una perspectiva més vertadera i vital que la ciutat, fan prendre interès a tot, obliguen, perquè tot és més etern, a posar comentaris als fets més mínims. Les modes, les aparences, ¿què voleu que provoquin més que ximpleries? A més a més, la vida transcorre més a poc a poc, menys cinematogràficament, i les persones no completament espremudes poden trobar, en aquest pas suau i lent de les coses, una gran dolçor interior.

El camp, la mar, actualitza minuciosament els records. Per a un pagès, per a un mariner, la vida de la memòria és una cosa molt més important que per a un botiguer de la ciutat. Gairebé tota la vida interior de la gent del camp o de la mar és feta de records. Un botiguer, un empleat, en canvi, només solen recordar alguna festa cívica, els discursos sonors i grotescament arravatats que s'hi deixataren... ¿I què és el que s'assembla més a un salvatge sinó un home desmemoriat? Aquí el record és viu: hom repensa els fets passats més petits, canta una cançó antiga, sent una gelosia mal ofegada, veu la cara d'un amic llunyà.

Si jo fos un solitari viuria a les grans ciutats. Trobo, però, que un solitari és un dels tipus humans més ridículs que hi ha. Un solitari, en general, és un refinat, un home que necessita l'abstracció i fer marxar una suposada racionalitat. Sol ésser, a més, un home pedant, egoista i gebrat. De tot això, potser val la pena d'alliberar-se'n.

A mi, i tant!, m'agrada la matèria, abans que tot, la realitat. Sento que la vida del poble m'acosta a la realitat, a la corporeïtat. Trobo en les coses tal com són el màxim encant, elements de meravella insospitats. Aquesta ratlla serena de l'horitzó, aquesta vela llatina que passa per damunt del somriure innumerable de la mar, què més podria somniar?"

Josep Pla

"Madrid, 1921. Un dietari", dins Primera volada