viernes, 24 de diciembre de 2010

Retorno

Ayer me cayó una caja con ejemplares de “Texto”, rellenos varios, una loción de afeitado, leche corporal, unos palitos cutículas y una maravilla todavía mejor: “Los anillos de Saturno”, de W.G. Sebald. Me lo regaló David, que tocó diana, y no sólo por el contenido, sino porque entendió la épica del asunto al hacerme leer la primera frase de la contraportada: “El escritor emprende un viaje a pie por el condado de Suffolk, en la costa este de Inglaterra, para llenar el vacío que se ha apoderado de su interior al haber concluido un trabajo importante”.


(Soy demasiado épica, cosa que no es motivo de orgullo, pero sí la muestra de lo que me sacude. Cuando algo me gusta, me gusta en exceso, de manera que lo mezclo con todo el resto de lo que me gusta. Si no me tomo las cosas con exceso de entusiasmo es cuando acabo por dormirme y caer en la intermitencia: a medias. Y en el ‘a medias’, nunca hay pasión.

La tesina –¡exceso!- en la que llevo trabajando durante estos dos últimos años (la que, por fin, ya tiene data límite) es la razón al vacío de este blog –intermitencia-. Del resto, no hay excusas. Alguien dijo que escribimos para sufrir un poco menos, y yo durante este tiempo he escrito más bien poco. Pero el 2011 apremia, y cómo aprieta…)


Además de ser los de siempre en nuestra cena de Navidad, vinieron Sandra y Eduard. Además también de libro, nos regalamos objeto indeseable, que es la mejor manera de afrontar la crisis, y texto adolescente, que es la mejor manera de afrontar la amistad. Gracias a Sandra hoy todos tenemos la casa llena de mechardising de Nena Daconte, y gracias a Marina y a mí creo que nos reímos como hacía mucho que no hacíamos.


Supongo que en los textos que se leyeron ayer había algo de exceso y algo de intermitencia. A lo mejor es porque cuando escribimos intentamos equilibrar una balanza: escribimos para sufrir menos, pero sin que se note mucho. Si no, viene la vergüenza. ¿Pero cómo yo he escrito eso? Soy ridículo/a…


En todos ellos, sin embargo, hubo algo vivo que volvió. Desde el “tinc un nas gros, una família i un gos” hasta la turgencia de “la sang freda”; desde la primera redacción con frases hechas a los fallos de “mis rodillas mirándolas pero sin mirar”. Hubo también sonetos quevedianos: “A lo mejor lo que has hecho no ha sido lo más prudente / pero si te hizo sentir bien fue lo más inteligente”. Ça prend! Pero para mí, la palma, se la llevó Èlia con su prosa poética intentando rozar lo que no se puede tocar. Baudelaire, ¡tiembla!


Un exceso, eso fue el texto de Èlia, que hoy, por cierto, cumple 34.

Ya sea en sus escritos, en sus ilustraciones o en sus cuadros gigantes de trazo obsesivo, al ver algo de Èlia siempre reconozco una voz que es suya pero que no es ella: una voz que sufre como todos, y seguro que sufre mucho, pero ni rastro de queja.


Supongo que he conocido pocas personas con ese grado de persistencia ante el trabajo. Quizás es porque ha trabajado esa voz –pintada o escrita- hasta la muerte que yo, ahora, al leerla entiendo qué significa el crear algo.


A Rússia m’ho expliques.



3 comentarios:

  1. Los Texto apiladitos, van bien para apoyar los pies. De Quevedo a MECANO hay un paso... y Elia, ese pedazo mujer. ¡Felicidades! Viva la rima fácil y las falleras que cantan con Roland Barthes, ni te cases ni te "embarques".

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  2. ¿Los textos apiladitos van bien para poyar los pies? Esta chica va a llegar muy alto. Por un momento creí que se trataba de la chica anatómica, la del londres you know.

    Feliz navidad a ambas las dos!!

    Ludovico

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