Hay libros para pasar el rato, libros divertidos, libros pasajeros. Hay otros que pretenden dar testimonio de algo, libros con responsabilidad histórica. Pero hay libros que hablan de cosas que el hombre no ha de ver, “porque si las ha visto más le valdría morir”. En estos libros, el escritor hace el trabajo sucio para que el lector pueda digerir lo indigerible. Éste es el caso del escritor ruso Varlam Shálamov y sus Retratos de Kolimá (editorial Minúscula, 2007; trad.: Ricardo San Vicente), obra que recoge sus experiencias de castigo durante más de 10 años en el campo siberiano.
¿Cómo camina un hombre por la nieve?, pregunta al comienzo del libro: “El trabajo más duro es para el primero, y cuando a éste se le agotan las fuerzas, lo reemplaza otro, del mismo quinteto de cabeza. De entre los que rigen los pasos del primero, cada uno de ellos, hasta el más pequeño, el más débil, tiene que pisar un trozo de capa nevada y no otra pisada. Después vendrán los tractores y los caballos. Y sobre los tractores y los caballos no viajan los escritores, sino los lectores”.
En un ambiente de 50º bajo cero, de escupitajos que se congelan en el aire, de mordiscos, de torturas, de escorbuto, de pus y de falta de cualquier luz humana, es desde donde escribe Shálamov. Su arma: la pluma. A causa de las salvajadas diarias de las “limpiezas” stalinistas, se encontraron en el gulag hombres de todo tipo de condición: desde los asesinos más crueles hasta los intelectuales de izquierdas. Genios como Platonov o Mandelstam sobrevivieron pasando noches en vela haciendo de cuenta-cuentos. Y es toda esta experiencia la que recoge Shálamov para vomitarla y dejarle al lector servida en bandeja de plata la cara más animal de la maldad. Porque si Dostoyevski creía en la posibilidad, dentro del castigo, de la redención hegeliana, y Solhenitsin le daba a su Ivan Denisovich cierto atisbo de esperanza, en Shálamov lo que queda es desierto y muerte. Y es justamente en el horror donde la poesía de Shálamov sobresale.
En la estepa siberiana se da una planta, el stlánik, que sólo nace en primavera pero que si en invierno se le acerca una estufa al lado, comienza a crecer mirando hacia el calor.
“A mí el stlánik siempre me ha parecido el árbol ruso más poético, mejor que el venerado sauce llorón, que el plátano o que el ciprés. Y la leña del stlánik es la que más calienta”.
Como Shálamov, increíblemente cercano.
Solo me leí el primer capítulo y me encantó.
ResponderEliminardebería leermelo entero, por las veces que te he oído hablar bien de este libro.
Gulag orkester