jueves, 2 de octubre de 2008

Autobiografía de instantes*

El último libro publicado de Vila-Matas, Dietario voluble, se abre con banda sonora. Un solo tema, por más que luego hable de otros grupos, suena hasta la última línea; una canción que duele por la belleza y la ternura que contiene: el Be My Baby de las Ronettes. A partir de ahí, el libro arranca con forma de “dietario voluble” y con un Vila-Matas más “paseante casual” que nunca, a través de una miscelánea que recoge algunos de los artículos publicados en El País o notas inéditas de su diario personal -durante el 2006, el 2007 y parte del 2008- dando vida a un imaginario que tiene como capital París -aunque ojalá fuera Nueva York, dice- y como habitantes a Duchamp, Walser, Perec, Monterroso, Benjamin, Barthes, Michon, Artaud; y a Bolaño, Sophie Calle, Duras, Magris, Pitol... Y por encima de todos ellos está Kafka con sus diarios, reducto ejemplar de literatura, vida e ironía.

En los artículos, la mitología vilamatiana se mezcla con una crítica que habla desde un pesimismo irrevocable de la Barcelona de ahora, la que está ahogando a sus habitantes. Desde ahí, des del malestar, la voz más triste de Vila-Matas sale para intentar definir una situación terrible que ya ha tocado su fin. En este papel de frustración sin salida, la narración cohesionada de Dietario voluble teje un correlato que se mueve entre la memoria -con la añoranza, tristeza e imposibilidad ímplícitas- y la escritura -con las mismas características-. A lo que el autor se acerca con un estilo poético tan evocador que, como la canción, causa dolor de la belleza y la ternura que contiene. La escritura de Vila-Matas se mueve entre la sencillez y la medida justa de tintes poéticos, pero la verdadera fuerza está en el potente contenido: en el delirio que atraviesa tanto Historia abreviada de la literatura portátil como Suicidios ejemplares, y que llega hasta la trilogía metaliteraria -la catedral de su obra- de Bartleby y compañía, El mal de Montano y Doctor Pasavento. En esta línea, Dietario voluble no se puede entender sin la obra precedente y, en particular, con una mirada sesgada al dietario de sus años de juventud: París no se acaba nunca.

La invención del narrador, falsa o verdadera -qué más da-, de crear un escritor para liberarse de todas las ataduras del arte es un juego que acompaña a la voz de Vila-Matas, que se deja la piel en el diario. En este sentido, Dietario voluble nos acerca más aún al tuétano de su obra.

En la portada el autor nos da la espalda y en la solapa aparece con gafas oscuras y con el cuello del abrigo subido. El dandy es moderno, y Vila-Matas también, en el marco de la modernidad que Rimbaud pedía a gritos. Dentro de su escritura tipo blog no hay experimentos afterpop, sino que es un moderno de verdad que cita palabras de Gracq: “Uno se cansa de escribir bien”.

La lectura de Dietario voluble invita al lector a correr para dejarle después colgando en uno de los más atractivos abismos de la literatura de hoy. Algo parecido, como Vila-Matas comenta, al teatro de Okhajoma que deja inacabada la América de Kafka, donde después del escenario se precipita el vacío infinito. Es el espacio infinito de la literatura del que habló Maurice Blanchot o Edmond Jabès; es, en definitiva, la música callada después de una gran fiesta.

Como en las Ronettes, después del torbellino, queda el silencio. Un silencio irresistible.




*Título de unos de los libros proyecto no realizado del escritor y científico alemán Georg Cristoph Lichtenberg.

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