sábado, 7 de marzo de 2009

De Botchan y de todos



Desde niño, he tenido una impulsividad innata que me viene de familia y que no ha hecho más que crearme problemas. Una vez, en la escuela primaria, salté desde la ventana de un primer piso y no pude andar durante una semana. Alguien se preguntará por qué hice semejante tontería. Pero la verdad es que no hubo ninguna razón especial. Simplemente estaba un día asomado a una de las ventanas del nuevo edificio de la escuela, cuando uno de mis compañeros de clase comenzó a meterse conmigo diciéndome que, por mucho que me hiciera el gallito, en realidad no era más que un cobarde y que no sería capaz de saltar. El bedel tuvo que llevarme esa misma noche a cuestas a mi casa. Cuando mi padre me vio, se enfadó muchísimo y me dijo que no podía comprender cómo alguien se podía quedar sin caminar simplemente por haber saltado desde la ventana de un primer piso. Le respondí que la siguiente vez que saltara no me volvería a ocurrir.

Otro día estaba yo jugando con el reflejo que el sol producía en la hoja de una bonita navaja importada que uno de mis parientes me había regalado, cuando uno de mis amigos exclamó:

- Brillar, brillará mucho. Pero seguro que no corta nada.

- ¿Que no? -le respondí yo-. Mi navaja puede cortar cualquier cosa.

- ¿A que no puede cortar uno de tus dedos? - me desafió.

- ¿Que no? -le repetí yo-. Mira. -Y entonces empujé la hoja en diagonal sobre mi pulgar derecho. Afortunadamente, la navaja era pequeña y mi hueso estaba sano y fuerte, por lo que todavía conservo el pulgar, aunque tendré una cicatriz mientras viva.”

Ahí lo tienen. Encantada de presentarles a Botchan, el protagonista más entrañable, conseguido y leído del escritor Natsume Sōseki (Edo, 1867 – Tokio,1916). Sōseki es el gran clásico moderno de la literatura japonesa. Cultivó el haiku y la poesía china, pero es quizás su obra narrativa la que hoy es más recordada, principalmente entre el público occidental. De sus catorce novelas destacan Yo, el gato, La almohada de hierba y, sobre todo, Botchan (1906), que lo catapultó al éxito y se convirtió en un hit que lleva siendo leído por los jóvenes japoneses durante décadas. Ahora nos lo trae la editorial Impedimenta en una fantástica edición con traducción de José Pazó Espinosa y con prólogo del especialista en literatura oriental Andrés Ibáñez. Con todo, Botchan ha sido Premio Llibreter 2008.

'Botchan' significa niño mimado y Sōseki, el pseudónimo literario del autor, quiere decir terco, cabezota. Ahí tenemos al protagonista del libro. Un niño mimado y cabezota, pero increíblemete tierno porque en su terquedad siempre va camino de hacer justicia, de colocarse al lado del más débil y de pifiarla constantemente. Desde el principio, y subvirtiendo los cánones del paradigma de la novela realista europea -que ya había llegado a Japón en la época de Sōseki-, Botchan no va a ir a mejor, como suelen intentar los protagonistas de las grandes novelas de Balzac, Stendhal o Dickens. Las raíces entre todos sus protagonistas en el fondo son las mismas: huérfanos, pobres y perdidos. Y despojados, porque hasta lo que se sabe a Botchan sólo lo ha querido la sirvienta que tenían sus padres en el pasado, Kiyo -que, en parte, lo quiere por interés: ella siempre ha creído que Botchan podría ayudarla económicamente-. Pero las intenciones de Botchan escapan de la escala humana: él, en lugar de ir a la ciudad a prosperar, sale de Tokio para establecerse en un lugar perdido de provincias en el que trabajará como profesor, profesión que en ningún momento ha buscado, sino que le ha caído encima, sencillamente.

Una vez allí, el día a día con los alumnos y los profesores se convierte en insoportable. Unos y otros le hacen todo tipo de canalladas de las que Botchan no se sabe -y, sobre todo, no puede por mucho que quiera- desembarazarse, quedándose en situaciones realmente pesadas. Al contrario, cada vez la lía más. Sus intenciones de seguir al modelo, de hacer el bien y de ser justo lo convierten en una especie de Forrest Gump -sin suerte, claro- que no tiene lugar en la sociedad, ya moderna, que relata Sōseki. Esta sociedad moderna tan bien descrita por Sōseki no puede dejar escapar, por el otro lado, una fuerte crítica al sistema educativo, claramente extrapolable a la actualidad. Botchan va a relatar sus experiencias desde un principio apodando a los otros profesores, los que tendrían que ser sus compañeros. Así que, enemistado con el Bufón, el profesor de arte, o el Camisarroja, el jefe de estudios, nuestro héroe se va a quedar bien solo.

Podría decirse que Botchan es una novela de des-aprendizaje. Porque... ¿qué va a enseñar en el colegio el paleto Botchan? ¿O le van a tener que enseñar? Y lo más importante: ¿este paleto va a aprender algo?

No, para nada. Botchan no persigue ningún futuro ya desde su nacimiento. Se tiende a compararel libro con otro éxito -americano: El guardián entre el centeno, de Sallinger, por ser también novela juvenil, narrada en primera persona y con el marco de un instituto. Nada más alejado, porque mientras Holden Caulfield va en busca de su identidad -sobre todo la sexual- sin tapujos, Botchan inconscientemente se rebela contra su yo y, siguiendo en cierta manera el modelo japonés de creencia budista, iguala mundo interno y externo para quedarse en la experiencia sensorial. No hay significados, ni metafísicas, ni complejidades. Botchan está más cerca del protagonista del instituto Benjamenta de Robert Walser, pero sin ser tan perverso. Su tono es más humorístico, simple y cercano, en el que siempre va a decir la verdad soltando lo primero que le venga a la cabeza, para gracia del lector. Porque si algo sucede en Botchan es que se ríe mucho.

“A los 12 años la cambiaron de colegio, la pusieron delante de sus nuevos compañeros, le preguntaron de dónde venía y dijo: 'yo he venido de mi casa, yo he venido de mi casa...'”. Esta letra corresponde a la canción Disfraz de tigre, de Hidrogenesse, pero podría ser perfectamente una respuesta de Botchan. Entre la falta de imaginación, los clichés más llanos y el más noble conformismo, Botchan no quiere ser ningún ambicioso Julien Sorel, sino que quiere cumplir con el deber, aunque no le dejen, claro. Su carácter choca con las afinidades electivas que le rodean. Por eso, Botchan se va a quedar en un espacio liminal, en el que es imposible llevar a cabo la realización, dejándose llevar por sus emociones menos sofisticadas.

Al final, deja el trabajo de profesor y vuelve a Tokio, con Kiyo, donde consigue por enchufe un puesto como asistente técnico de una línea de tranvía metropolitana. Así no tendrá que pensar ni que aguantar a según quién. Él, a su deber. Como todos...


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