viernes, 31 de diciembre de 2010
3, 2, 1...
viernes, 24 de diciembre de 2010
Retorno
Ayer me cayó una caja con ejemplares de “Texto”, rellenos varios, una loción de afeitado, leche corporal, unos palitos cutículas y una maravilla todavía mejor: “Los anillos de Saturno”, de W.G. Sebald. Me lo regaló David, que tocó diana, y no sólo por el contenido, sino porque entendió la épica del asunto al hacerme leer la primera frase de la contraportada: “El escritor emprende un viaje a pie por el condado de Suffolk, en la costa este de Inglaterra, para llenar el vacío que se ha apoderado de su interior al haber concluido un trabajo importante”.
(Soy demasiado épica, cosa que no es motivo de orgullo, pero sí la muestra de lo que me sacude. Cuando algo me gusta, me gusta en exceso, de manera que lo mezclo con todo el resto de lo que me gusta. Si no me tomo las cosas con exceso de entusiasmo es cuando acabo por dormirme y caer en la intermitencia: a medias. Y en el ‘a medias’, nunca hay pasión.
La tesina –¡exceso!- en la que llevo trabajando durante estos dos últimos años (la que, por fin, ya tiene data límite) es la razón al vacío de este blog –intermitencia-. Del resto, no hay excusas. Alguien dijo que escribimos para sufrir un poco menos, y yo durante este tiempo he escrito más bien poco. Pero el 2011 apremia, y cómo aprieta…)
Además de ser los de siempre en nuestra cena de Navidad, vinieron Sandra y Eduard. Además también de libro, nos regalamos objeto indeseable, que es la mejor manera de afrontar la crisis, y texto adolescente, que es la mejor manera de afrontar la amistad. Gracias a Sandra hoy todos tenemos la casa llena de mechardising de Nena Daconte, y gracias a Marina y a mí creo que nos reímos como hacía mucho que no hacíamos.
Supongo que en los textos que se leyeron ayer había algo de exceso y algo de intermitencia. A lo mejor es porque cuando escribimos intentamos equilibrar una balanza: escribimos para sufrir menos, pero sin que se note mucho. Si no, viene la vergüenza. ¿Pero cómo yo he escrito eso? Soy ridículo/a…
En todos ellos, sin embargo, hubo algo vivo que volvió. Desde el “tinc un nas gros, una família i un gos” hasta la turgencia de “la sang freda”; desde la primera redacción con frases hechas a los fallos de “mis rodillas mirándolas pero sin mirar”. Hubo también sonetos quevedianos: “A lo mejor lo que has hecho no ha sido lo más prudente / pero si te hizo sentir bien fue lo más inteligente”. Ça prend! Pero para mí, la palma, se la llevó Èlia con su prosa poética intentando rozar lo que no se puede tocar. Baudelaire, ¡tiembla!
Un exceso, eso fue el texto de Èlia, que hoy, por cierto, cumple 34.
Ya sea en sus escritos, en sus ilustraciones o en sus cuadros gigantes de trazo obsesivo, al ver algo de Èlia siempre reconozco una voz que es suya pero que no es ella: una voz que sufre como todos, y seguro que sufre mucho, pero ni rastro de queja.
Supongo que he conocido pocas personas con ese grado de persistencia ante el trabajo. Quizás es porque ha trabajado esa voz –pintada o escrita- hasta la muerte que yo, ahora, al leerla entiendo qué significa el crear algo.
A Rússia m’ho expliques.

viernes, 17 de septiembre de 2010
Septiembre

4. adquirir algunos electrodomésticos;
Después, cosas ligadas a deseos de cambio más profundos, por ejemplo:
7. vivir en un hotel (en París);
8. vivir en el campo;
9. irme a vivir durante bastante tiempo
a una gran ciudad extranjera (Londres).
11. ir más allá del círculo polar;
12. vivir una experiencia "fuera del tiempo" (como Siffre);
13. hacer un viaje en submarino;
14. hacer un largo viaje en barco;
15. hacer una ascensión o un viaje en globo o dirigible;
16. ir a las islas Kerguelen (o a Tristan da Cunha);
17. ir de Marruecos a Tombuctú en 52 días, a lomos de un camello.
19. me gustaría ir a Bayreuth, pero también a Praga y a Viena;
20. me gustaría ir al museo del Prado;
21. me gustaría beber un ron encontrado en el fondo del mar (como el capitán Haddock en El tesoro de Rackham el Rojo);
22. me gustaría tener tiempo para leer a Henry James (entre otros);
23. me gustaría viajar por canales.
25. aprender a tocar la batería;
26. aprender italiano;
27. aprender el oficio de impresor;
28. pintar.
30. escribir una novela de ciencia ficción;
32. escribir una auténtica novela por entregas;
33. trabajar con un dibujante de cómics;
34. escribir canciones (para Ana Prucnal, por ejemplo).
37. conocer a Vladimir Navokov;
Hay ciertamente muchas otras.
Me paro voluntariamente en la 37."
De Algunas de las cosas que debería hacer en cualquier caso antes de morir, Georges Perec.
sábado, 14 de agosto de 2010
El erizo y la zorra
Esta idea dio para mucho. Durante mi etapa en La Central, con Abel y Esdres nos dio por separar a los escritores en musculosos y arteriales. Todavía no entiendo muy bien cómo iba el tema -cosas de intuición- pero digamos que los musculosos eran aquellos que hablaban desde las entrañas y los arteriales, desde la piel. En el fondo, la separación la marcaba Esdres: los que le gustaban, musculosos; los que no, arteriales. Gombrowicz, Pla, Céline: musculosos. Bolaño, Fante, Vila-Matas, arteriales. Y así fuimos separando también a la gente: Esdres y Elia, los musculosos; Abel y yo, los arteriales que siempre quisieron ser musculosos. A Marina, que por aquel entonces estaba en Polonia, no supimos, como a Tolstoi, donde meterla. Y se trata de la Esfinge, porque es la única persona que conozco que ha leído la tetralogía de Durrell.
Vuelvo a sir Isahiah y ya no entiendo de clasificaciones. Porque por mucho que busque, todos los escritores me acaban pareciendo erizos y acabo reduciéndolo todo a una verdad. Estereotipando que es gerundio.
Pero la función del crítico (pobre persona) no es ir a buscar la verdad que transmite la obra, sino sacar cuantas más líneas, cuantos más puntos puestos en diálogo, mejor.
supongo que ésta es también la función -si se le puede decir función- de la escritura: desmontar el significado únio y lanzarlo a los márgenes, como un foco de irradiaciones interminables que escapan del dentro para ir al afuera.
"No le ocurre, pues, otra cosa a la escritura, si algo le ocurre, que tocar" (Jean-Luc Nancy)
Donde tocar no se entiende como capturar. Para eso, ya tenemos al Babelia. En el de hoy, José Ángel Mañas ha firmado un artículo titulado "Apostasía" en el que cuenta que ha terminado (¡a buenas horas!) de leer la Historia de la fealdad de Umberto Eco, con la que por fin ha hecho evidente una idea que le perseguía desde hacía tiempo: "que se puede considerar al conjunto del arte contemporáneo, con muy pocas excepciones, como una apología de la fealdad". Y que la belleza se quedó en el arte clásico. Tooooma Micky.
Todo esto me lo tomo a risa, porque un día decidí tomármelo casi todo a risa, pero señor Mañas, ¿cómo puede generalizar sobre el concepto de belleza en pleno 2010?
El tocar de la escritura no sería capturar, sino tocar el modo de dirigirse a, hasta el infinito y más allá, de lo real.
Bellos o feos, musculosos o arteriales, erizos o zorras, clásicos o populares, escritores o nocilleros... Dicen por ahí que sin clasificaciones nos volveríamos locos... ¡pues a VOLATILIZARLO todo!
Puesto que el mundo en el cual yo nazco no es un mundo de A o B, sino el mío o el suyo de los otros. El mundo manga por hombro, patas arriba, de aquí y ahora. Hic et nunc. ¡BUM!
"La resta, faramalla"
Para Esdres y sus mosqueteros... Domenico Modugno!
miércoles, 4 de agosto de 2010
Tramontanismo
De esta ventada alternativa y extracontinental dice Pla que provienen la mobilidad de sentimientos y los cambios de humor que los empordanesos hacen tan visibles. "La cosa que ens espanta més és el tedi, l'estabilització de l'avorriment"; así que contra el tedio están dispuestos a cualquier sacrificio.
Ayer llegué a un Port de tramontanazo insufrible. Como los pescadores no pueden salir al mar, se pasan el día en el Cafè del Pòsit poniéndose hasta arriba, claro. Para distraerse, esta noche pasada cogieron la prótesis de pierna de uno de ellos, la llenaron de cava y se la pasaron de mano en mano cual caliz. Todavía no sé que celebraban, pero el que reía más era el tuerto.
También vi como los hermanos Rubiés entraban un poste de teléfonos por el pasillo de su casa para quemarlo en la chimenea. Delante, sin mirárselo, estaban los abuelos del pueblo -sentados al árbol del Si no fos..., como lo llamó Foix-, que hablaban del chico extranjero que por la mañana casi se había ahogado en la playa.
Todo esto, en un día, que aquí cuando el viento sopla, sopla que se las trae.
Sin ir más lejos, mis padres siempre me contaban cómo siendo yo pequeña y cogiéndome cada uno de la mano, hubo una tarde que bufó tanto que los pies se me despegaron del suelo y me quedé en posición horizontal. Ver para creer. Pero es que aquí puede pasar cualquier cosa, y lo digo tan tranquila desde la biblioteca del pueblo, en la que estamos a -3º y donde la sección de autoayuda es mayor que todas las narrativas juntas, pero más pequeña que la de teatro.
Supongo que otra de las razones a toda esta locura es el paisaje, que de tan bonito, asusta. O dicho a la manera planiana, desfà els sentits. Cuando veo un paisaje de verdad me suelen ocurrir dos cosas: o bien paso, o bien lo articulizo.
Así que mañana iré a la ermita de Sant Sebastià para comprobarlo. Fue allí donde Pla tuvo una de sus miles -y rarísimas- inspiraciones, quizás la más importante. Ahí va:
"Em veig a setze o disset anys, a l'època que hi hagué tanta grip i la Universitat hagué de tancar. Vaig passar tota la tardor i part de l'hivern a Palafrugell. Havent dinat sortia a passejar. Solia pujar a Sant Sebastià. Va ésser en el curs d'aquestes passejades que em sortí a fora la miserable vocació que tinc d'escriptor. Era molt jove, i totes les pròpies formes mentals eren d'adolescent. Tenia una tendència al somni, a la meravella, als estats d'embadaliment. El vol d'un ocell em feia quedar parat. La contemplació d'uns conreus amb oliveres podria abstreure'm fins a fer-me sentir l'esponjament dels pulmons en respirar i el martellet fantàstic i angoixant del cor. Altres vegades anava a seure, solitari, davant de la mar i mig tancava els ulls pensant en la seva eternitat. Era una cara a mig formar, amb el borrissol del pèl moixí, que anava errant.
No era pas que veiés nimfes darrera dels arbres. De nimfa, no n'he vista mai cap. Era que descobria el món exterior. [...] Un dia, sense saber com, em vaig trobar amb un llapis i un quadern a la mà. Vaig començar a posar adjectius darrera de cada pineda, de cada camp, de cada tros de mar. Vaig tractar d'escriure els sentiments que em produïa la visió de la terra diversa i de la blava mar escampada. Cada vegada que començava aquests exercicis estava dominat per una efusió ideal. No m'enamoraré mai tant de cap deessa, ni de cap melodia, com em vaig enamorar d'aquelles coses. Encegat, vaig arribar a suposar que serien de possessió fàcil. Pobre de mi! De vegades, a mig escriure la primera ratlla, ja esquinçava el paper. Ho tornava a provar... Hi tornava encara. El neguit de la temptativa, una successió d'estats de joia aparent i de desesperançament real, m'emplenava les tardes. Era que ja estava tocat per la fal·lera pueril i ridícula d'aquest ofici amarg.
No sé pas si podré veure mai més aquest paisatge amb la puresa d'aquells anys passats. Quan s'ha escrit durant anys, dia per dia, el plec professional és massa fort. Hom ha de fer un esforç terrible per no veure el món en forma d'articles. Però encara sento la vivor d'aquest paisatge. [...] ¿Qui podria resistir seriosament la contemplació de la mar de Sant Sebastià? És un paratge d'unes mides diferents de les dels homes, inhumà".
Josep Pla, El geni del país i altres proses, 1969.
miércoles, 14 de julio de 2010
Huellas (descanso para E.)
Un día me dijiste que no todo tiene por qué tener sentido pero, ay, es que si no le busco sentido a TODAS las cosas me aburro y me pierdo no sabes cómo.
Lo mío no es el parapente, E. Porque soy de las que necesita clavar las garras en el suelo y los dedos en las paredes (si vieras las uñas…) con una idea muy clarita: yo no pienso caerme, y menos en mi casa.
Hace meses que me pregunto por qué me han interesado tanto les corps de Roland Barthes, los dientes de Hélène Cixous, las sombras de Francesca Woodman o los espectros de Derrida. Y voy cayendo en la cuenta de cómo de ligados están mis momentos de existencia sideral en el siglo XXI y el objeto de estudio de mi tetetetesesisis de nunca acabar. Comencé con la autobiografía, luego me pasé al cuerpo y ahora…
Derrida dice unas cosas maravillosas sobre la huella y sobre la presencia de la ausencia o la ausencia de la presencia que hay detrás de ella. Pero ayer me fui a la biblio del Macba y descubrí un catálogo todavía más bonito: “L’empreinte”, de Georges Didi-Hubermas. En él se dicen cosas tan sencillas como ésta: “faire une empreinte: produire une marque par la pression d’un corps sur une surface”; y otras más divertidas como que en la huella hay algo de bricolage en el sentido de ausencia de proyecto (‘esto lo descarto’, ‘esto puede servir’) con resultados imprevistos. Muchas de las huellas desaparecen, otras se clavan en los ojos y algunas nos sobreviven. En ellas, pasado y presente se funden, de manera que es imposible discernir si son origen o pérdida de origen. Azar o técnica; tuchè o technè. Nunca previsible, la huella es siempre problemática, abierta e inestable. Touchée!
Por casa ha pasado poca gente, pero siempre pisando fuerte. (Casi) Nunca he guardado fotos, ni notas, ni souvenirs. Y es que no me ha hecho ninguna falta, porque cuando cambio las sábanas todavía hay pelos de gato, y si hecho un vistazo a las paredes están llenas de marcas de ruedas de bici. Y en el vidrio izquierdo que da al patio, si te fijas bien, justo al lado del marco, hay como una huella dactilar de un meñique de unos cuatro o cinco años de edad. In peace con todas ellas.
Después del cuerpo y de la huella viene el espectro, E. Pero yo me quedo con el holograma, que además de ser más moderno es rematadamente más gracioso.

sábado, 3 de julio de 2010
No sabemos ser ligeros
Écart: distancia, desvío, intervalo; faire le grand écart: abrirse de piernas; faire un écart: echar una cana al aire; mettre à l'écart: dejar a un lado; rester à l'écart: mantenerse al margen; vivre à l'écart: vivir aislado.
À mon écart: distancia ante la vida.
Ante la pregunta ¿y qué es literatura? Shklovski pasó de responder, no sin antes sacarse el écart de la manga y decir que algo de eso tiene que haber en lo escrito que apuntala al lector y lo deja en una posición de extrañamiento y distanciamiento temporales.
El escritor podría haber añadido argumentos a su personaje, “pero nadie adora a los ídolos que ha creado uno mismo”, así que le hace hablar de literatura rusa, de ropa y demás, con 0 metáforas y 100% de distancia (¡!). La cosa está en dejarse el hígado para que ella ría, ni que sea sólo un poco; eso sí, con ligereza.
No sabemos ser ligeros. Me doy cuenta del tono teórico de garganta profunda que adopto con todas las cosas, pero es que siempre me las tomo demasiado en serio, y más cuando se tratan de mí misma. Por eso me lanzo a la ironía mal construida: me da tanto miedo caer en lo fácil que busco el distanciamiento. O peor todavía: hay tanto miedo en coger las cosas sin guantes y no quemarme que, de ahí, saque el écart por un tubo.
Ahora bien… 300 euros de psicoanalista al mes e iniciar las prácticas de conducción son camino liminar a la ligereza, bien sûr!
Un cachito:
“¡Hay tantas palabras prohibidas!
De hecho, todas las palabras hermosas están exhaustas.
Prohibidas las flores, la luna, los ojos y las filas enteras de palabras que dicen lo bello que es ver.
Y sin embargo, yo querría escribir como si la literatura jamás hubiera existido. Escribir, por ejemplo: “Delicioso es el Dnieper cuando el tiempo es sereno”. (Una venganza terrible, Nikolai Gogol).
Me resulta imposible: la ironía devora las palabras. Es necesaria, la ironía, pues es el instrumento más fácil de superar la dificultad de representar las cosas.
Representar lo absurdo del mundo es la cosa más fácil”.
(…)
Viktor Shklovsli, Zoo o cartas de no amor
miércoles, 16 de junio de 2010
Fechas
Hoy es 16 de junio, santa Conegunda, día internacional del niño africano y Bloomsday. Hace 231 años comenzó la batalla por Gibraltar español, en el 60 se estrenó Psicosis, en el 76 Valentina Tereshkova se convirtió en la primera mujer cosmonauta, fue el día en el que nacieron Stan Laurel (el flaco de El gordo y el flaco), Leopoldo María Panero y Juan Muñoz, en 1904 James Joyce comenzó su relación con Nora Barnacle (día en el que transcurre el Ulisses) y además es el cumpleaños de mi amigo Abel Ramon.
Desde 1954, cada 16 de junio se hacen lecturas del Ulisses, se repiten el itinerario de calles, pubs y comidas de Leopold Bloom y cientos de personas se visten como los personajes de la novela por Dublín, Nueva York y hasta en Brasil; cosa que me parece tremendamente difícil, porque no me enteré de nada del libro, excepto del momento epifánico de la eyaculación precoz (...).
Hoy es el día en el que transcurre también la Dublinesca de Vila-Matas, último libro que he leído entero y que he defendido, con rabia, aquí. En la novela, un editor exalcohólico y jubilado, después de 40 años intentando salvar a la literatura decide enterrarse en vida con ella, e irse un 16 de junio hasta Dublín para darle al libro el funeral que se merece. La imprenta ha termido. Caput. Gracias, ebook...
Pero Abel, además de ser el mejor doble de Tarantino y el mayor experto en Clint Eastwood de Barcelona, es la persona que conozco que trata con más cariño a los libros, no como yo, que soy una cafre con ellos. ¡Siempre los lleva en la mano junto a las llaves por la calle e impecables!
A finales del año pasado le obligaron a escribir un artículo por día hasta San Juan y, durante estos seis meses de no yo, Abel, que no ha fallado día, me ha ido señalando con tiza en el suelo y muerto de sueño que las palabras sirven para ser mejores.
Eso, y muchas cosas más, como a sistematizar, a anclar y a viajar por Siberia, repitiendo, según la fecha, Mientras tanto dame la mano.
Felicitats.
lunes, 26 de abril de 2010
Memento illam vixisse o el Barthes que más me gusta

Roland Barthes (12 de noviembre de 1915 - 26 de marzo de 1980)
"Como decía Roland Barthes, ni te cases ni te embarques", dice la canción que cierra el vídeo La Confimación de Bestué/Vives**. Et voilà la ironía barthesiana: el autor francés que más escapó de la arrogancia de los mitos, de esos estancamientos de la Doxa -¡terror!- y de la opinión pública en general ha acabado siendo, desde los ochenta, el más citado en cualquier escena cool literaria o artística habida y por haber.
"RB: best-seller de la teoría literaria" (A.R.)

En el vídeo de Bestué/Vives, mientras se oye lo de "ni te cases ni te embarques", aparece llenando la pantalla una cara de Barthes formada de frutas. Et voilà la cara del mosquetero de las estructuras de la primera parte de los sixtie's, justo antes de darle una patada a los binomios y los paragramas, de dejar la obra literaria para pasar a hablar de escritura, de cargarse al autor -textual, se entiende- y de hacerse el harakiri literario en ese libro maravilloso titulado Roland Barthes par Roland Barthes en el que todo gira entorno a una pieza que no existe: el yo.
"Si yo fuera escritor, y estuviera muerto, me gustaría mucho que mi vida se redujera, gracias a los cuidados de un biógrafo amistoso y desenvuelto, a algunos detalles, algunos gustos, algunas inflexiones, digamos: 'biografemas' cuya distinción y movilidad pudieran viajar más allá de cualquier destino y llegar a tocar, a la manera de átomos epicúreos, algún cuerpo futuro, prometido a la misma dispersión." (RBxRB)
Desde los setenta, Barthes trabajó duro para no casarse con nadie. Después de dejar claro que ni él mismo existía, un Barthes ya libre -pero siempre triste- hizo y deshizo lo que se le antojó sobre el placer, el amor, la comida, los habanos, el cine y la época de la que en gran medida fue víctima también. ¿Cómo escribir(se) y no estancarse en el discurso? La escritura fue la primera salida a todo ello. La segunda, el cuerpo. Y la tercera, la que lo llevaría al más allá de sí mismo y de todo discurso: la memoria del ser ausente.
Memento illam vixisse o la mère que más me gusta recordar
El 25 de octubre de 1977 muere Henriette Barthes, su madre, aquélla a la que hay que recordar. Hecho traumático e insoslayable que cruza la última etapa -ya literaria- del autor que no creía en el autor y que conduce a un nuevo Roland, tras una larga vida neutra -sin histeria- de artículos y repeticiones a dejar de esconder su yo, no sólo en el armario.
Tres años antes de su muerte -de la que hoy se cumplen treinta años- Barthes se embarca en algo demasiado grande como para controlarlo: el enfrentarse a sí mismo tras la ausencia de su madre. En dos libros: La cámara lúcida y Diario de duelo.
Porque en temas de muerte hay cosas que se escapan:
"Todo el mundo conjetura -así lo siento- el grado de intensidad de un duelo. Pero es imposible (signos irrisorios, contradictorios) medir hasta qué punto alguien ha sido alcanzado".
"Las palabras (simples) de la Muerte:
- '¡Es imposible!'
- '¿Por qué, por qué?'
- 'Para siempre'
etc."
(Diario de duelo)
Muerte y amor, asignificativos. Irreprimibles. Como el grano de la voz de la que ya no está que Barthes encuentra hojeando en viejos documentos de su madre, en la Foto del Jardín de Invierno, en la que aparece Henriette cuando era niña.
"Aquellas fotografías, que la fenomenología llamaría objetos 'cualesquiera', eran tan sólo analógicos, suscitaban tan solo su identidad, no su verdad; pero la Fotografía del Jardín de Invierno, en cambio, era bien esencial, cumplía para mí, utópicamente, la ciencia imposible del ser único. (La cámara lúcida)
Grano, punctum, pinchazo, herida causada por la presencia de la ausencia de la que ya no está que lanza a Barthes hacia una escritura tapizada de piel, en la que se puede "escuchar la textura de la garganta, (...) toda una estereofonía de la carne profunda", en la que se siente la pulpa de los labios de alguien irreductible en tanto que único. La cámara lúcida, más que ensayo de fotografía, es texto que chirría, grana, acaricia y luego raspa.
Para Barthes, recordar a alguien era lo mismo que olvidarlo. Y para ello sólo hubiera bastado con decir el nombre único de su madre. Pero la carne se echa cuando se volatiliza al que ya no está, como hizo Derrida en Las muertes de Roland Barthes, título que (lo) ininterrumpe, eternizante, y que dispersa su ausencia, pluralizándola. Inacabamiento llevado hasta un final sin fin, pese a que algunos busquen los finales sin tregua.
A los 65 años, poco antes de ser atropellado por una furgoneta de lavandería, B quiso cambiar, "dar un contenido al sacudón" del medio de su vida. Una vita nuova con satori (vacío mental) para poder ya libre dejar(se) la piel en la escritura, sin marcas ajenas, con huellas internas.
Trazando esas huellas algo de la mano del escritor, decía Sollers, se queda sobre el papel. Y en La cámara lúcida, en el Barthes que más me gusta, el cuerpo de B y el cuerpo de H aparecen surcados, pero fugaces. Imposible agarrarlos.
Como en la Foto del Jardín de Invierno. Cuando la miro, Barthes y su madre sonríen, para siempre. Como el punctum, como ese pinchazo que experimentaba Barthes al mirarla, ahora las palabras de Barthes -Bard, Bárt, Bártes, Bartè, Bartezzz...- se convierten en aquellos pequeños biografemas que parecen llegarme, alcanzarme, herirme sólo a mí.
"¿Por qué tendría deseos de la mínima posteridad, de la mínima huella, puesto que los seres que más he amado, que más amo, no la dejaron, ni yo ni algunos sobrevivientes pasados?"

** Este viernes 30 de abril estos dos bestias inauguran en Estrany de la Mota el proyecto "Sabadell".