viernes, 5 de septiembre de 2008

The Swimmer


Son pocas las cosas que te dejan clavada en el sofá, reventada por una belleza que remueve el estómago desde las tripas más profundas. Una de las pocas veces que esto me ha ocurrido ha sido leyendo El nadador de John Cheever, seguramente el más famoso de sus relatos, o viendo la versión cinematográfica de Frank Perry, con un excelente Burt Lancaster como protagonista. Éste es un hombre adulto que emprende una travesía un poco extraña para volver a casa: irá nadando por todas las piscinas que encuentre en la vecindad. Atlético, esbelto, interesante, Ned Merrill “transmite una impresión de juventud, de deporte y de buen tiempo”. Como su vida no le impone límites, es él mismo quien se propone obstáculos a superar: su misión de explorador, de pelegrino, le obliga a cruzar el condado por la hilera de piscinas que le presentan las mansiones de sus conocidos: “primero están los Graham, los Hammer, los Lear, los Howland y los Crosscup. [...] Después vienen los Halloran, los Sachs, los Biswanger, a Shirley Adams, los Gilmartin y los Clyde...”. Es domingo por la tarde pero él es el día. El gran día.

Aunque todo es cuestión de perspectivas. Ned nada con una venda negra, muy negra en los ojos. Lo que ve es la felicidad impostada, la maravillosa american way of life detrás de la cual se esconden las más secretas y horribles roturas. Cuenta Cheever que si aquella tarde hubiéramos salido de casa y hubiéramos topado con Ned, seguramente habríamos creído que se trataba de alguien a quien le acaban de robar o más probablemente de un loco. Pero su obstinación humana lo convierte en el peregrino de una lucha eterna donde se debaten felicidad y realidad, locura y sociedad.

En sus diarios, Cheever anotaba que era de los que leía a los grandes escritores del dolor –Kerouac, Fitzgerald– con una copa de whiskey en la mano mientras le caían las lágrimas por la cara. Cheever veía en la literatura la única vía de salvación, capaz de curar no sólo una depresión, sino también una sinusitis.

Así se cumple en su obra. Pocas plumas curan como él.

Aquí hay un enlace con el cuento: http://www.telecable.es/personales/agee/johncheever/elnadador.html

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