jueves, 14 de mayo de 2009

El desafío de los perversos



Nuestro lado oscuro. Una historia de los perversos es el último ensayo de Élisabeth Roudinesco (París, 1944). Historiadora y directora de investigaciones en la Universidad de París-VII, es autora de diversos libros que han marcado época, como La batalla de los cien años: historia del psicoanálisis en Francia, Dictionnaire de la psychanalyse (en colaboración con Michel Plon), Porquoi la psychanalyse? o Jacques Lacan y La familia en desorden (estos dos últimos en Anagrama).

“¿Dónde empieza la perversión y quiénes son los perversos?” es la pregunta que pretende responder Roudinesco en este libro, en el que lleva a cabo un recorrido por la historia de la perversión desde diferentes ángulos y a través de los retratos de sus protagonistas, a caballo, en todos los casos, de las teorías y las prácticas de cada contexto para pasar así a una reflexión de aquello que entendido como perverso en la actualidad. Este desarrollo se divide en cinco capítulos dedicados a los siguientes temas: la época medieval y el misticismo; el siglo XVIII (alrededor de la figura de Sade); el siglo XIX y la medicina mental; el siglo XX, donde se afirma, con el nazismo, la metamorfosis más abyecta que ha existido de la perversión y, por último, la biocracia del siglo XXI.

Nuestro lado oscuro se propone diversos objetivos: uno, entender la idea de perversión a través del análisis de la perversidad a lo largo de la historia; dos, observar cómo aquello considerado como perverso ha ido remodelándose a partir de los cambios de poder (de Dios al Estado); tres, denunciar la perversidad que se ha producido en muchos casos precisamente para eradicar aquello considerado como perverso (la mayos catástrofe: el nazismo); cuatro, atacar, a través de la tesis sobre el poder de Foucault, el papel de acción de la ciencia entendida como biocracia y portadora de la “verdad única” -e institucional-; y cinco, incidir en la importancia del psicoanálisis y de la subjetividad inconsciente como medio para tratar de aceptar “nuestro lado oscuro” y no caer en las generalizaciones impuestas que bajo el término “desviación” designan todos los actos transgresores de los que es capaz la humanidad, tanto de los peores como de los mejores.

Son de enorme interés el capítulo dedicado a la abyección y el castigo del cuerpo en las místicas medievales en búsqueda de la sublimación (como Catalina de Siena o Liduvina de Schiedam) y, por otro lado, la parte en la que Roudinesco analiza el libertinaje y la insumisión en tiempos de Sade, cuyo objetivo fue crear una verdadera enciclopedia del mal basada en la necesidad de una rigurosa pedagogía del placer ilimitado. Como insiste la autora, es con Sade y el advenimiento del individualismo burgués cuando la perversión se convierte en la experiencia de una desnaturalización de la sexualidad que imita el orden natural del mundo. “La mierda, escrita, no huele”, decía Roland Barthes al hablar de las animaladas del muestrario de Sade. En efecto, el marqués podía inundar de heces a sus personajes pero no al lector, ya que su objetivo era pasar del estatus de perverso sexual al de teórico de las perversiones humanas. Sade sabía muy bien que éstas son incontrolables: sea como sea, siempre aparece alguien más perverso que tú.

Ya en el XIX, y debido a la ausencia de influencia de los magristrados sobre la sexualidad privada, la sociedad industrial y puritana se vio obligada a inventar nuevas reglas que le permitiesen condenar las perversiones sexuales. Es entonces cuando se resignifican y redefinen la nueva homosexualidad, la masturbación, etc. Son, sin embargo, tildados de perversos tanto los que toman por efracción el cuerpo de otro (violador, pedófilo), como los que (se) destruyen ritualmente el cuerpo (sadomasoquismo) o los que lo distrazan (travestismo).

No fue hasta la llegada de Freud que ciertos estudios comenzaron a conferir una dimensión esencialmente humana a la estructura perversa -placer del mal o erotización del odio; nunca tara o anomalía-. Con Freud, y una vez asumida la muerte de Dios, la perversión como estructura psíquica fue, pues, integrada a la orden del deseo.

Roudinesco defiende esta vía antipenalizadora que huye del mecanismo que puede llevar a las masacres más grandes de la humanidad: es el soldado nazi actuante de una perversidad que desconoce bajo el nombre de la Ley quien se manifiesta en contra de los perversos anclados por la Ley (judíos, homosexuales...). En este sentido biocrático y dentro del marco actual de la nueva psiquiatría de la detección, la evaluación y el comportamiento, se operó un desplazamiento entre el orden del saber y el de la verdad. “Desposeído de su autoridad en provecho de un sistema perverso del que ya jamás es el ejecutante, el psiquiatra se ve enfrentado a una situación que lo convierte en espectador (y ya no actor de la alianza terapéutica)”, declara Roudinesco.

En un ataque directo a la ciencia positivista, la autora afirma que ésta no ha podido establecer ninguna correlación seria entre la perversión y una anomalía genética o biológica cualquiera. Todo es cuerpo y discurso, se entiende. Es por esto por lo que es necesario entender el placer del mal dentro de una historia subjetiva, psíquica, social. “Y sólo el acceso a la civilización, a la Ley o al progreso permite, tal y como afirmó Freud, corregir aquella parte de nosotros mismo que escapa a toda domesticación”

En definitiva, los perversos, según Roudinesco, no son los que atentan contra la salud pública, sino los que “desafían la Ley”. Nuestro lado oscuro es un magnífico ensayo que supone una vuelta a la teoría salvaje de los sesenta, imprescindible hoy. Tel quel.

Catálogo sin fondo



Los imaginarios de los autores de la editorial Apa Apa son tan potentes que está de más explicar el argumento de sus obras. El qué que se explica es lo de menos: lo importante, se entiende, es el cómo. Y el caso más extremo de todos es el de Dash Shaw, uno de los autores gráficos más importantes de la escena alternativa americana de los últimos años.
Ombligo sin fondo, en cuatro palabras, es la desestructuración de una familia a causa de la separación inminente de los padres, ya mayores y con nietos; tema que le sirve a Shaw para estirar los mecanismos de percepción, indagar en la ternura y el fracaso y levantar un trozo de novela gráfica de más de 700 páginas imposibles de no devorar.
Lo más importante viene del atractivo de los personajes -inolvidables- como Peter, el hijo-rana, o Jill, una niña acomplejada que se a ve a si misma como a un niño. Y lo que más trabaja Shaw es la recepción: viñeta a viñeta deja al lector en suspensión, dentro de un juego elegantísimo y afiladísimo de evocación y reflexión. Tanto el cómic anterior, La boca de mamá, como Ombligo sin fondo dejan marca, imborrable.

(Encontraréis la reseña en catalán en la Butxaca de este mes. En H Magazine tenéis reseña más entrevista a Dash Shaw).

Rusos III



Zapoi es un término ruso que significa emborracharse hasta caer por los suelos. Desgraciadamente, son muchos los casos de muerte por congelación en la calle -en el fondo, el ¡zapoi! es un último grito de deshinibición y de amargura sin fin.

Envidia” fue el zapoi literario de Yuri Olesha (1899-1960). Escrita en 1927, esta corta novela resultó ser a la vez un experimento de una belleza poética sin medida y una grieta por donde Olesha se alejó de las normas del “realismo social” y del terror de Stalin.

Se trata del monólogo de Nikolái Kavalérov, borracho y vagabundo, que un día es recogido entre los escombros por Andréi Bábichev, director de una fábrica de alimentación para masas proletarias y representante de los valores del nuevo régimen. Nikolái el perdedor, sin embargo, se va llenando de odio hacia el ciudadano ejemplar que es Andréi en una disputa en que su voz del subsuelo no tiene ni réplica ni esperanza; pero sí mucha envidia.

Mientras Nikolái va escupiendo bilis negra con regusto a vodka y desilusión, su bajada a los infiernos avanza en una deriva etílica que esconde mucha ambigüedad. Envidia” llegó a ser valorada por los críticos de la revista estalinista Pravda. Pero la denuncia de Olesha no iba hacia la descomposición del viejo mundo, sino en contra del Partido que aplastaba cualquier brote de vida.

Después de “Envidia”, sólo quedaba el silencio. Pero Olesha había tendido un puente que llegaría hasta la literatura del deshielo y las cumbres de Solzhenitsyn o Shalamov.

(Reseña publicada en Go Mag)

Rusos II



Después de un exilio de hambre y miseria, las circunstancias de Marina Tsvetáieva a su vuelta a la URSS se convertirían en el infierno. A su llegada en 1939, el gobierno soviético tendió una trampa a su marido y su hija, que pasaron a ser encarcelados y torturados por los órganos de la NKVD. Dos años más tarde, Tsevetáieva se suicidó en su casa de Elábuga. Poco antes había escrito: “Et ma cendre sera plus chaude que leur vie”. Pese a todo, nunca había abandonado la llama de la poesía.

Vivir en el fuego es una selección de los diarios y la correspondencia de Tsvetáieva, bajo la dirección de Tzvetan Todorov. De alto tono poético, no se trata sólo del testimonio de su vida y los acontecimientos del XX sino que resulta un magnífico laboratorio de su escritura. La voz de Tsvetáieva se presenta en todo momento desnuda y terriblemente cruda, y el estilo es siempre incendiario y telegráfico -gracias al uso de su famoso guión-. Un guión, según Brodsky, que acabaría tachando gran parte de la literatura rusa del XX.

(Reseña publicada en H Magazine)

Rusos I



En 1937 Shálamov fue condenado cinco años al desierto siberariano por actividades contrarrevolucionarias trotskistas. En 1947 fue deportado diez años más por haber publicado que Ivan Bunin era un clásico ruso. En un ambiente de -50ºC, de trabajos forzados, torturas y escorbuto, Shálamov compartió el infierno con intelectuales, hampones y asesinos. Bajo la ley de la taiga, sin embargo, todos fueron iguales: el sindestino era la deshumanización.

Los Relatos de Kolimá retratan lo que ocurrió en el gulag. En este segundo volumen, titulado La otra orilla, la voz de Shálamov sale en ocasiones del campo para destapar la brutalidad del pasado y, ante la dificultad de recuperar la palabra, recordar lo indecible no sólo describiendo lo que quedó, sinó también la memoria de los que desaparecieron.

El horror descrito en estas páginas es inmenso. Su poesía también. Pero la falsa nostalgia española lo ha mantenido silenciado hasta ahora. Gracias a Minúscula por la edición y a la espléndida traducción de Ricardo San Vicente.

(Reseña publicada en H Magazine)

sábado, 7 de marzo de 2009

Gaddis, erizo. "Ágape se paga"


En el título original, Āgape Agape, el primer término se refiere a la comida en común que los cristianos solían celebrar y el segundo significa ‘pasmado’; en conjunto, que la vida pasada del amor incondicional se ha desquebrajado y lo que ahora importa es el cuánto se paga.

William Gaddis (1922-1998), un autor imprescindible que ha permanecido en los márgenes de la literatura americana precisamente porque siempre trabajó desde esos márgenes, comenzó escribiendo un tractat sobre la historia de la pianola que se acabó convirtiendo en el monólogo de un moribundo. Con ello consiguió tres cosas: una, trabajar el fluir de la conciencia como lo hizo Joyce; dos, experimentar la entropía que más tarde abanderaría la generación de Pynchon; y tres –y fundamental–, la libertad total de hablar sin pelos en la lengua. El resultado es un protagonista que vomita 70 páginas de quejas, arrebatos y comentarios a Platón, Nietzsche, Freud, Tolstoi, Glenn Gould y muchos más para dinamitar el falso negocio cultural y, de paso, tirar unos cuantos cubos de merde al rebaño.

Gaddis atacó el mercado del arte desde su primera novela, Los reconocimientos. En la siguiente, JR, un personaje trabaja en un tal Āgape Agape, publicado póstumo en 2002. Medio siglo antes, Isaiah Berlin había dividido a los escritores en zorros y erizos. “Mientras que el zorro conoce de muchas estrategias, el erizo sabe de una sola y grande. Gaddis, erizo, manipuló el lenguaje con un único objetivo: hacer temblar, ni que fuera solo un poco, el orden establecido.


(Reseña publicada en Go Mag)

En lugar seguro



En estos tiempos malos para la novela, En lugar seguro grita a la larga vida de la narrativa americana contemporánea. Porque lo trata todo -amor, familia, muerte- a través de un tema: la amistad. Entendida, sin embargo, no como la pareja de contrarios que ha colmado la historia literaria (Quijote y Sancho, Bouvard y Pecuchet, Sherlock Holmes y el doctor Watson), sino a través de la relación que empiezan dos matrimonios cultos -Larry y Sally Morgan y Sid y Charity Lang- a la manera sincera y moderna que lo llevaban los griegos: la del amor sin contemplaciones. Pero la ayuda desinteresada y la delicidad compartida comienzan a ir en retroceso hasta que la amistad de los cuatro se enfría por culpa del carácter autoritario de Charity.

Pasados treinta años se vuelven a reunir para darle un último adiós a Charity, que está a punto de morir. Mientras que la amiticia ntre l'amiticia de las dos familias se vuelve a levantar, ahora con el peso en la espalda de la guerra, los fracasos y las enfermedades, Larry irá acordándose de las esperanzas y las conversaciones del pasado.

En lugar seguro es una novela excelente que habla de la juventud desde la vejez con una prosa robusta y sugerente, sin exclamaciones, como la brisa que golpeaba la cara a los protagonistas en la casa de verano de los Lang.

De Botchan y de todos



Desde niño, he tenido una impulsividad innata que me viene de familia y que no ha hecho más que crearme problemas. Una vez, en la escuela primaria, salté desde la ventana de un primer piso y no pude andar durante una semana. Alguien se preguntará por qué hice semejante tontería. Pero la verdad es que no hubo ninguna razón especial. Simplemente estaba un día asomado a una de las ventanas del nuevo edificio de la escuela, cuando uno de mis compañeros de clase comenzó a meterse conmigo diciéndome que, por mucho que me hiciera el gallito, en realidad no era más que un cobarde y que no sería capaz de saltar. El bedel tuvo que llevarme esa misma noche a cuestas a mi casa. Cuando mi padre me vio, se enfadó muchísimo y me dijo que no podía comprender cómo alguien se podía quedar sin caminar simplemente por haber saltado desde la ventana de un primer piso. Le respondí que la siguiente vez que saltara no me volvería a ocurrir.

Otro día estaba yo jugando con el reflejo que el sol producía en la hoja de una bonita navaja importada que uno de mis parientes me había regalado, cuando uno de mis amigos exclamó:

- Brillar, brillará mucho. Pero seguro que no corta nada.

- ¿Que no? -le respondí yo-. Mi navaja puede cortar cualquier cosa.

- ¿A que no puede cortar uno de tus dedos? - me desafió.

- ¿Que no? -le repetí yo-. Mira. -Y entonces empujé la hoja en diagonal sobre mi pulgar derecho. Afortunadamente, la navaja era pequeña y mi hueso estaba sano y fuerte, por lo que todavía conservo el pulgar, aunque tendré una cicatriz mientras viva.”

Ahí lo tienen. Encantada de presentarles a Botchan, el protagonista más entrañable, conseguido y leído del escritor Natsume Sōseki (Edo, 1867 – Tokio,1916). Sōseki es el gran clásico moderno de la literatura japonesa. Cultivó el haiku y la poesía china, pero es quizás su obra narrativa la que hoy es más recordada, principalmente entre el público occidental. De sus catorce novelas destacan Yo, el gato, La almohada de hierba y, sobre todo, Botchan (1906), que lo catapultó al éxito y se convirtió en un hit que lleva siendo leído por los jóvenes japoneses durante décadas. Ahora nos lo trae la editorial Impedimenta en una fantástica edición con traducción de José Pazó Espinosa y con prólogo del especialista en literatura oriental Andrés Ibáñez. Con todo, Botchan ha sido Premio Llibreter 2008.

'Botchan' significa niño mimado y Sōseki, el pseudónimo literario del autor, quiere decir terco, cabezota. Ahí tenemos al protagonista del libro. Un niño mimado y cabezota, pero increíblemete tierno porque en su terquedad siempre va camino de hacer justicia, de colocarse al lado del más débil y de pifiarla constantemente. Desde el principio, y subvirtiendo los cánones del paradigma de la novela realista europea -que ya había llegado a Japón en la época de Sōseki-, Botchan no va a ir a mejor, como suelen intentar los protagonistas de las grandes novelas de Balzac, Stendhal o Dickens. Las raíces entre todos sus protagonistas en el fondo son las mismas: huérfanos, pobres y perdidos. Y despojados, porque hasta lo que se sabe a Botchan sólo lo ha querido la sirvienta que tenían sus padres en el pasado, Kiyo -que, en parte, lo quiere por interés: ella siempre ha creído que Botchan podría ayudarla económicamente-. Pero las intenciones de Botchan escapan de la escala humana: él, en lugar de ir a la ciudad a prosperar, sale de Tokio para establecerse en un lugar perdido de provincias en el que trabajará como profesor, profesión que en ningún momento ha buscado, sino que le ha caído encima, sencillamente.

Una vez allí, el día a día con los alumnos y los profesores se convierte en insoportable. Unos y otros le hacen todo tipo de canalladas de las que Botchan no se sabe -y, sobre todo, no puede por mucho que quiera- desembarazarse, quedándose en situaciones realmente pesadas. Al contrario, cada vez la lía más. Sus intenciones de seguir al modelo, de hacer el bien y de ser justo lo convierten en una especie de Forrest Gump -sin suerte, claro- que no tiene lugar en la sociedad, ya moderna, que relata Sōseki. Esta sociedad moderna tan bien descrita por Sōseki no puede dejar escapar, por el otro lado, una fuerte crítica al sistema educativo, claramente extrapolable a la actualidad. Botchan va a relatar sus experiencias desde un principio apodando a los otros profesores, los que tendrían que ser sus compañeros. Así que, enemistado con el Bufón, el profesor de arte, o el Camisarroja, el jefe de estudios, nuestro héroe se va a quedar bien solo.

Podría decirse que Botchan es una novela de des-aprendizaje. Porque... ¿qué va a enseñar en el colegio el paleto Botchan? ¿O le van a tener que enseñar? Y lo más importante: ¿este paleto va a aprender algo?

No, para nada. Botchan no persigue ningún futuro ya desde su nacimiento. Se tiende a compararel libro con otro éxito -americano: El guardián entre el centeno, de Sallinger, por ser también novela juvenil, narrada en primera persona y con el marco de un instituto. Nada más alejado, porque mientras Holden Caulfield va en busca de su identidad -sobre todo la sexual- sin tapujos, Botchan inconscientemente se rebela contra su yo y, siguiendo en cierta manera el modelo japonés de creencia budista, iguala mundo interno y externo para quedarse en la experiencia sensorial. No hay significados, ni metafísicas, ni complejidades. Botchan está más cerca del protagonista del instituto Benjamenta de Robert Walser, pero sin ser tan perverso. Su tono es más humorístico, simple y cercano, en el que siempre va a decir la verdad soltando lo primero que le venga a la cabeza, para gracia del lector. Porque si algo sucede en Botchan es que se ríe mucho.

“A los 12 años la cambiaron de colegio, la pusieron delante de sus nuevos compañeros, le preguntaron de dónde venía y dijo: 'yo he venido de mi casa, yo he venido de mi casa...'”. Esta letra corresponde a la canción Disfraz de tigre, de Hidrogenesse, pero podría ser perfectamente una respuesta de Botchan. Entre la falta de imaginación, los clichés más llanos y el más noble conformismo, Botchan no quiere ser ningún ambicioso Julien Sorel, sino que quiere cumplir con el deber, aunque no le dejen, claro. Su carácter choca con las afinidades electivas que le rodean. Por eso, Botchan se va a quedar en un espacio liminal, en el que es imposible llevar a cabo la realización, dejándose llevar por sus emociones menos sofisticadas.

Al final, deja el trabajo de profesor y vuelve a Tokio, con Kiyo, donde consigue por enchufe un puesto como asistente técnico de una línea de tranvía metropolitana. Así no tendrá que pensar ni que aguantar a según quién. Él, a su deber. Como todos...


We have to come back

Mis más sinceras disculpas. Gracias a un amigo el otro día acabé de confirmar que soy una gran posponedora. Nada que no supiera, claro: me viene de familia.
Sea como sea, el vacío de mi blog (léase mi de todas las maneras posibles) ha sido demasiado. Pero es que el blog salió del desespero. Y si se junta desespero con desespero, la cosa se neutraliza. Recursos de autoengaño.

En fin, que desde el más allá he estado con este pequeño poema que descubrí la noche de fin de año:

"Todo lo daría al Tiempo, excepto... excepto
lo que he hecho mío. ¿Por qué tengo que declarar
lo prohibido, salvado mientras en la aduana
dormían? Porque yo ya he pasado,
y lo que no quería perder me lo he guardado"
ROBERT FROST