viernes, 26 de octubre de 2012

Leer

mucho o poco, rápida o lentamente, en diagonal o punto por punto, close reading o a bocajarro, de derecha a izquierda o de izquierda a derecha, por diversión o por profesión, en el metro o en la cama, en manuscrito o en ipad, en papel o en pdf, en pergamino o en lentilla virtual. Sea como sea, siempre son 28 letras, el apóstrofe, el acento y cuatro signos de puntuación. No más

Attention, est-ce que tu triches?
Non, madame. Il est lisible?
Mais oui!
Puisque je voulais seulement le savoir, j’ai demandé à mon copain.
C’est très joliment lisible!

28 o 28.000 mil, qué más da. Tampoco es un problema el cómo estén dispuestas las letras; es igual también si leemos a la inversa o en el espejo. Tan sólo, cuenta Roger Chartier, tienen que estar orientadas en una línea. Y la línea no es otra cosa que la sucesión cronológica. La línea, desde su comienzo hasta su fin, encadena los elementos, de la misma manera que la palabra se encadena en sus momentos sucesivos. Es la línea la que tiene que marcarnos dónde comienza –y todo comenzó en un desvío…–. Las letras vecinas explicitan luego la orientación. Lo demás es tiempo. Leemos el tiempo.

El lunes una chica portuguesa me explicaba que su abuela no sabe leer las letras, pero sí los números. La abuela tiene móvil y, para que pueda llamar, sus nietos le han ido dibujando un distintivo al lado de cada teléfono.

6615108XX:
Todo texto impone un orden, una postura, una actitud de lectura. Sin embargo, dice Chartier, a leer se aprende. Aprender una lengua es cuestión de repetición. Pero la escritura alfabética sólo se ha inventado una vez en la historia de la humanidad y necesita ser enseñada y, esta vez, el solo contacto con lo escrito no basta.

« — Clitandre: Tu es curieux, Lubin.
   Oui. Si j’avais étudié, j’aurais été songer des choses où on n’a jamais songé.
   Clitandre: Je le crois. Tu as la mine d’avoir l’esprit subtil et pénétrant.
   Lubin: Cela est vrai. Tenez, j’explique du latin, quoique jamais je ne l’aie appris, et voyant l’autre jour écrit sur une grande porte collegium, je devinai que cela voulait dire collage.
  Clitandre: Cela est admirable! Tu sais donc lire, Lubin?
  Lubin: Oui, je sais lire la lettre moulée, mais je n’ai jamais su apprendre lire l’écriture.»
(Molière, George Dandin, 1668)

Lettre moulée: de imprenta   --> Los vacíos no se llenan
L’écriture: a mano                 --> Los vacíos no se llenan

Según Chartier, la lectura no está en el reconocimiento de las grafías como formas espaciales, sino en la correspondencia entre la secuencia gráfica y la secuencia hablada. Es decir, en poder separar las letras, las sílabas, las palabras, las frases, las páginas, los libros y así ad eternum. Y como al pobre Lubin nadie le ha enseñado a leer los vacíos, de ahí que no pueda leer la escritura.

Lectura como acto institucionalizado, enseñado, de manual de escuela. “¿Y a la vez la lectura no implica la relación más íntima entre un lector solitario y el libro que es su lectura?”*

Cuentan que Menéndez Pidal, para leer algunos manuscritos medievales, debía echarles unos polvos químicos que le permitían ver parte del texto y las ilustraciones durante unas décimas de segundo. Cuando la imagen se borraba, le preguntaba a su asistente “¿qué has visto, qué has visto?” y éste había visto lo que quería ver, claro.

Supongo que ahí está el asunto, mi asunto, que es manejarme entre lo más estipulado, andamiado, de lo que leo y mi relación íntima, visceral, con lo que leo. En ese juego es donde debo aprender a leerme, sin poner más letras de las que tocan, ni pasando las páginas a quemarropa. Toni, por ejemplo, puede reflexionar corriendo o leer a modo de gol un cuento. No sé si él se da cuenta, pero después de cada cena aprendo a leer más lentamente.

* CHARTIER, Roger, Pratiques de lecture, 1985.