La única pasión de mi vida ha sido el miedo
Thomas Hobbes
Con esta cita abre Roland Barthes El placer del texto. Y hoy me la hago mía, porque podría esconderme y decir diez, pero no: son treinta y uno los años de miedo.
El miedo existe. Contra los que dicen que el miedo es sólo eso, miedo, como si quisieran evaporarlo, se levanta su materialidad; el miedo es una materia absoluta, pesada y voluble. Está ya allí, al acecho de lo que venga; dependiendo de lo que viene, la criatura mantiene su contorno o va creciendo en un doble movimiento –rechazo y retraímiento-, por lo que la cosa no está afuera, sino dentro. Será cuestión de sacarla y después domesticar al engendro...
De la palabra castellana 'miedo', sólo he encontrado que proviene del latín metus. En la mayoría de lenguas románicas, los términos proceden del latín pavore (‘peur’ en francés, ‘por’ en catalán, ‘pavore’ en italiano...), y la idea que se mantiene en todas ellas es que ‘pavor’ viene a decir ‘estar fuera de la paz’. A su vez, el latín lo sacó de la raíz indoeuropea pau-.
Isidoro de Sevilla estaba convencido de que el término latín para pavor procedía de ‘pavo’. Los griegos nos cuentan la historia: la esposa de Zeus, harta de las infidelidades de su esposo, decidió secuestrar a la ninfa Ío y dejarla a la vigilancia del gigante de los cien, mil o diez mil ojos, cuyo nombre era Argos Panoptes (pan- ‘todos’; optes ‘ojos’). Argos Panoptes nunca dormía y siempre tenía la mitad de sus ojos abiertos y medio cerrados por el sueño en cualquier momento -imagen que, a día de hoy, equivale al sistema panóptico de vigilancia en el que vivimos, tal y como recogió M. Foucault en Vigilar y castigar-. Sin embargo, ante el encargo de Zeus, Hermes el mensajero consiguió rescatar a la ninfa durmiendo al gigante con historias y canciones. Una vez dormido, lo mató cortándole la cabeza con algo similar a una catana. Fue entonces cuando los ojos de Argos fueron colocados en la cola del pavo real, símbolo de Hera. De toda esta historia, incluso alguien se sacó de la manga la constelación de Peacock (o del Pavo).
De la misma familia semántica, el término ‘pánico’ proviene de la situación de miedo que le agradaba crear al semidiós griego Pan, quien representaba a toda la naturaleza salvaje, de ahí que se le atribuyera la generación del miedo enloquecedor. A Pan le gustaba dormir, por lo que cuando alguien le despertaba en plena siesta, solía aparecerse en las encrucijadas de caminos a los viajeros aterrándolos. Físicamente era parecido a un fauno: cuernos y extremidades inferiores de cabra. Más adelante, en la Edad Media, del semidiós Pan surgió la iconografía cristiana sobre el demonio.
En cierta sintonía también, el miedo intenso o el pánico se hermanan con la palabra griega fobias, que procede de Fobos, hijo de Ares, dios de la guerra, y de Afrodita, diosa del amor y de la belleza. Menudo bicho crearon.
En sus etimologías, el miedo o el pavor surgen para significar la reacción ante lo desconocido y ante la vigilancia; ante aquello que nos ve pero que nosotros no podemos nombrar. Según Deleuze, el hombre quiere protegerse del caos. Por ello: contamos, concatenamos, sistematizamos, con el fin de forjarnos una opinión. El problema es que tanta técnica de fin económico ha acabado por expulsar y dejar en el olvido el afecto humano. En este sentido, Deleuze nos recuerda un texto en el que Lawrence describe a la poesía:
“Los hombres incesantemente se fabrican un paraguas que les reguarda, en cuya parte inferior trazan un firmamento y escriben sus convenciones, sus opiniones; pero el poeta, el artista, practica un corte en el paraguas, rasga el propio firmamento, para dar entrada a un poco del caos libre y ventoso y para enmarcar en una luz repentina una visión que surge a través de la rasgadura, primavera de Wordsworth o manzana de Cézanne, silueta de Macbeth o de Acab. Entonces aparece la multitud de imitadores que restaura el paraguas con un paño que vagamente se parece a la visión, y la multitud de glosadores que remiendan la hendidura con opiniones: comunicación. Siempre harán falta otros artistas para hacer otras rasgaduras, llevar a cabo las destrucciones necesarias, quizá cada vez mayores, y volver a dar así a sus antecesores la incomunicable novedad que no se sabía ver. Lo que significa que el artista se pelea menos contra el caos (al que llama con todas sus fuerzas, en cierto modo) que contra los ‘tópicos’ de la opinión”. (G. Deleuze, ¿Qué es la filosofía?)
Para Deleuze, la gracia del arte, pero también de la ciencia y la filosofía, es que no se acontentan con el fin de la opinión, sino que “trazan planos sobre el caos”. Arte, ciencia y filosofía quieren que desgarremos el firmamento y nos adentremos en el caos, para vivirlo y para vencerlo. Pero en el fondo, la lucha no está contra el caos, sino con las opiniones que nos alejan de él y que nos lo hacen representar como al aterrador Pan, semidios de la naturaleza salvaje. Por ello mismo hay que recordarlo: Pan tan sólo era un semidios al que no le gustaba que le despertaran en media siesta, tan sólo eso.
Es curiosa la imagen en la que, después de la Revolución, los franceses colocaron a la filosofía encima del calendario republicano. Sobre la sistematización y la contabilización del tiempo, se sentaba la Filosofía, amante de la indefinición. Ahí está ella apoltronada iluminando al tiempo, como dominándolo, representando un papel abismal.
Frente a ello, se alzó la valentía de Nietzsche. Él sabía que lanzarse hacia el abismo puede acarrear la pérdida a mar abierto, pero es sólo en el baño del inmenso caos donde se juega la obertura del porvenir. Por ello, Nietzsche lanzó un “quizá” terriblemente abrumador hacia el futuro destinado a los amigos de la verdad, que no serán aquellos que se sienten encima de la verdad de los días, sino los que la dejen a un lado.
Cuando leo algo de filosofía, tengo el mismo movimiento retroactivo que ante la vida, me la tomo de toda manera menos con filosofía. Porque la amo y me asusta. No sé quién gana la batalla, pero supongo que la gracia de la vida es esa, y mientras lo escribo hasta los dedos me tiemblan en un post que es todo menos ligero.
Ante ello supongo que hay dos opciones (y más). Una es la que sigo durante el día, la del recogimiento: que todo esté en caos asusta demasiado.
La otra es la del empeño. Si no hay nada contabilizado, no es cosa de sistematizar, sino de empujar y hacer cada día más grande la obertura del paraguas. Mientras la primera opción va estirando, el empeño del 2012 está en saber llevar la gracia del asunto. Entre una y otra, habrá que aprender a moverse, como si fuera un baile. Cada día más armónico, más sincero, más arriesgado.
Y yo que nunca llego paraguas...
ResponderEliminarDe tu miedo yo aprendo muchas cosas, así que compartelo más. He dicho.