Ahora bien, la
pérdida, por muy cruel que sea, no puede nada contra la posesión, termina con
ella, si quieren; la afirma; en el fondo, no es sino una segunda adquisición,
ahora interior y de una intensidad distinta.
Rilke
En el artículo Duelo y melancolía, Freud parte de una comparación entre ambos conceptos hasta enzarzarse en la búsqueda de lo melancólico. Aunque tanto el duelo como la melancolía parezcan tener los mismos síntomas (tristeza, falta de interés por el mundo exterior, desesperanza, vacío, extrañamiento, pérdida de la capacidad de amar…), al primer caso se llega debido a un pérdida real —una persona ya no está— mientras que al segundo —a la melancolía— ningún hecho de la realidad parece legitimarlo. El sujeto melancólico parece sufrir una pérdida, eso está claro, pero —dice Freud— no se sabe cuánto es lo perdido. Quizá sabe qué o a quién perdió, pero no llega a delimitar lo que ha perdido con ello.
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Expulsión de Adán y Eva. Fresco de Masaccio. Iglesia de Santa Maria del Carmine (Florencia) |
Žižek desarrolla la teoría freudiana sobre la melancolía y
explica que es el sujeto melancólico el que ha buscado esa pérdida, el culpable de ella. De hecho, es
precisamente esto lo que lo desborda: ser melancólico significa ser fiel a su
propio duelo, es decir, no aceptar su culpa. Por ejemplo, cuenta Zizek,
imaginemos a alguien que se muda de ciudad: instintivamente, esa persona siente
tristeza por el cambio. Pero, en el fondo, aclara Žižek, la tristeza se debe a
que el sujeto en cuestión sabe que va a olvidar a la primera ciudad y, en un
acto de resistencia, se muestra fiel a una pena que él mismo ha declarado como
perdida para poder sentirla así. Más aquí.
En Estancias. La
palabra y el fantasma en la cultura occidental, Agamben busca la etimología
de la palabra melancolía y la encuentra en el concepto de acetia (tristeza, pereza, tedio, desidia), que fue uno de los
pecados capitales que los padres de la iglesia sistematizaron durante el
medievo. Llegaron incluso a fijar la constelación fisiológica: eran enfermos de
acetia los que tenían malitia, rancor, pusillanimitas, desperatio, torpor (¡la más graciosa!), verbositas
o hasta curiositas. En todos ellos,
había un punto en común: el de la contemplación hacia un objeto —divino
por entonces, amoroso al fin y al cabo— que se presentaba como inalcanzable.
Ése fue el gesto que inauguró el melancólico: "hacer
posible una apropiación en una situación en la que ninguna posesión es posible
en realidad”. La melancolía, pues, no sería el estado debido a la pérdida del objeto
de amor y/o contemplación, sino la capacidad de hacer aparecer como perdido un
objeto que no se puede alcanzar.
El tiempo en Pitigliano |
Tras ¿uno? ¿cuatro? ¿doce? ¿33!? años de torpor, pusillanimitas y desperatio uno puede seguir fiel a su propio duelo inventado, y está bien que así sea, sólo si lo sabe imposible, inapropiable. Mientras tanto, seguiremos dándole la vuelta al asunto, sin tocarlo.
Lanzamiento, en Pienza |
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